El Estado es una empresa pública que todos financiamos para la realización de tareas que como la seguridad ciudadana, la salud pública, la educación, la infraestructura básica de transporte y la promoción y estabilidad del desarrollo económico son imprescindibles para el progreso y la vida social. Sin esta empresa colectiva no ha sido posible el orden social, ni el clima y las condiciones necesarias para el desarrollo económico y social. Se requiere, sin embargo, como veremos en un próximo artículo refiriéndonos a las décadas de los 40 al 60, de una Misión clara, una visión compartida y de capacidad gerencial pública.
A pesar de ser el Estado nuestra empresa, nos hemos acostumbrado en los últimos lustros por su ineficacia, a verla como un ente fuera de nuestro control, cuyas demandas crecientes nos ahogan y a quien debemos agradecer con placas y discursos, como si fueran favores, el escaso trabajo que realiza. En la práctica, nuestra empresa colectiva, se ha convertido en algo ajeno, usufructuado por los gobernantes de turno quienes, después de "premiar" a sus clientelas, si quedan recursos, deciden lo que se hace y lo que no se hace. El Estado ha dejado de ser nuestro, de estar a nuestro servicio, para transformarse en un ente con vida e intereses propios. ¿Cómo es que ha llegado a suceder esto en Costa Rica?
No se puede responsabilizar de esta situación a una persona o a un factor. Se trata más bien de la finalización de un ciclo e inicio de otro en nuestra historia coincidente con una verdadera mutación científico-técnica del planeta, lo que ha convertido en anacrónica e ineficiente a nuestra estructura institucional. Por una parte, se ha diluido la misión y perdido la visión compartida de futuro, necesarias para mantener la unidad mínima de propósitos y por otra parte, la forma de gestión clientelista tradicional, como se ha manejado el Estado costarricense, no se adapta a las exigencias de la moderna administración posindustrial. Más grave aún, el carecerse de una visión integradora, el clientelismo actúa desintegrando el Estado.
De tal manera el problema es, además de restaurar la Misión y una nueva visión de futuro compartida, ajustar los métodos de elección, administración y evaluación del Estado. Como toda empresa moderna, debe adecuar sus estructuras y formas de gestión a las nuevas condiciones. Por ejemplo, las elecciones -en su actual formato- uno de los pilares de nuestra vida democrática son ahora insuficientes para las exigencias de una gerencia pública moderna. En las campañas votamos y elegimos un Presidente, pero las votaciones para diputados y munícipes se hacen votando "parejo" a solicitud del candidato presidencial, sin saber en realidad por quienes se está votando. En este sentido votamos pero no elegimos a quienes hacen las leyes, nombran el Poder Judicial y dirigen los poderes locales. Estos "representantes", nombrados por lo general a dedo, con base en las lealtades y servicios prestados al caudillo o a la burocracia partidaria, no se sienten responsables ante los electores, sino ante al caudillo que los nombró. El mismo financiamiento público de las campañas, un recurso que debería estimular la educación; información y participación ciudadana, se otorga a manos llenas, sin requisito alguno de brindar criterios e información a los electores, tales como presentar programas y metas de trabajo. Cohonestándose.
Sometido el Estado, en una época de aceleradas transformaciones mundiales de la economía, a las demandas clientelistas del Partido de turno, se ha ido alejando cada vez más de la Misión que le asignó la sociedad civil. Este enajenamiento y la consecuente corrupción le han hecho perder, a su vez, la legitimidad que requiere para cumplir sus funciones ya que se le percibe más como una amenaza ciudadana (el Estado chapulín) a la que hay que erradicar, que como debe ser, la empresa colectiva que hay que reformar para salir de la crisis.
Nuestra época posindustrial tiene características y exigencias más complejas por la naturaleza y profundidad de la revolución científico técnica. La reforma del Estado deberá ajustarse a estos parámetros, esto es, deberá generar una empresa de calidad total que incorpore tecnología e involucre la mente y el corazón de los gerentes públicos y la participación y el control de todos los ciudadanos. En este sentido el primer paso para iniciar el cambio es superar la visión enajenada del Estado como algo que no nos pertenece y recuperar nuestro papel de dueños. Los métodos clientelistas de manipulación deberán ser sustituidos por métodos transparentes de gestión moderna y sistemas efectivos de control. Esta transformación pasa por la restitución del Estado a sus legítimos dueños y no de manera formal, sino real. Esto es con metas claras e información actualizada, en la línea iniciada con gran acierto, por el programa "Estado de la nación" (CONARE-Defensoría de los Habitantes-PNUD). De tal manera, que como dueño y cliente al mismo tiempo el ciudadano pueda nombrar sus representantes y pedir cuentas ya que sólo en estas condiciones se incuba una gerencia de calidad y excelencia.