Danilo Jiménez tenía un tema predilecto de conversación: el respeto y admiración que sentía por Muni, su esposa. Desde luego, Muni Figueres ha sido una figura destacada por derecho propio, poseedora de un fino talento político y de excepcional simpatía. Sin embargo, en una sociedad matizada por el machismo como es la costarricense, notorio en una clase política en la que no faltan hombres mortificados por el éxito o la popularidad de su cónyuge, aquella veneración por Muni denotaba una hidalguía lamentablemente escasa.
Al recibir con tristeza la noticia del fallecimiento del amigo tan especial que fue Danilo Jiménez, en el recuento de las memorias destaca su señorío. La caballerosidad, la educación, y el calor humano que transmitía aun en un breve saludo, eran naturales, no producto de afectaciones ni poses. Y con igual naturalidad manifestaba su amplia cultura: de forma sencilla, sin ostentaciones librescas ni pedanterías. Lo mismo ocurría con los relatos personales, algunos publicados en esta página en varias entregas de "El baúl de los recuerdos". Viajero incansable, sus narraciones constituían animadas lecciones de antropología. Muchas veces conversamos sobre sus giras por Israel, país por el que sentía una particular admiración, en mucho derivada de un afecto genuino por los temas judíos.
Profesaba pasión por la democracia. No se trataba únicamente del atractivo intelectual de un sistema abstracto o de una vertiente filosófica, nutrido por vivencias del pasado. Más allá de las discusiones conceptuales, Danilo fue un demócrata práctico y conocedor como pocos de la política costarricense. Su concepción de la democracia como un ejercicio permanente de conciliación pudo observarse, de forma clara, en la prudencia y la amplitud sin sectarismos con que ejerció el Ministerio de la Presidencia en una coyuntura sumamente difícil para el país.
Sin embargo, desde mi perspectiva, esa inclinación se evidenció mayormente en sus habituales caminatas matutinas por La Sabana. En ese lugar, frecuentado por una muestra de la sociedad nacional, con su estratificación y corrientes partidistas, Danilo repartía el tiempo entre personas de los más variados orígenes étnicos y familiares, ocupaciones, edades, afiliaciones políticas y preferencias intelectuales. Para todos había un caudal inagotable de paciencia, de oídos atentos y amables y de aquella universalidad privilegiada que le permitió ahondar en los vericuetos del quehacer patrio y su historia.
Abogó incansablemente por la superación individual mediante la educación y la formación profesional. Porque, leal a la tradición de su ilustre pariente, Ricardo Jiménez, el otrora sindicalista fue un pragmático liberal, en la acepción clásica. No solo dio vigencia a sus ideas durante su gestión como Ministro de Trabajo y Presidente Ejecutivo del INA sino, además, se empeñó en enseñar con el ejemplo. Realizó en su juventud estudios de derecho, sociología y administración pública, y su entusiasmo no mermó con los años.
En 1976 y 1977 tuvimos oportunidad de apreciar de cerca sus inquietudes intelectuales en los seminarios de CIAPA sobre la realidad costarricense. Descolló en un primer grupo selecto de altos funcionarios del Poder Ejecutivo que periódicamente asistió a las exposiciones de quienes integramos la facultad de dicha institución. Además de foro académico, CIAPA devino así en un centro de diálogo del sector público que abrió novedosos canales de comunicación en la búsqueda de soluciones para los problemas nacionales.
No es posible evocar a Danilo Jiménez sin rememorar su legendario ingenio. Como tantas otras expresiones de su personalidad, tenía un sentido del humor lleno de buen gusto, de una finura que contrastaba con la chabacanería que ha inundado el difícil arte de hacer sonreír al prójimo. Su repertorio incluía diversos géneros, uno de los cuales consistió en actuar el papel central del relato. Políglota --hablaba muy bien el inglés y el francés--, imprimía un realismo poco frecuente a las voces de personajes verídicos e imaginarios de distintos parajes del orbe. Pero, sin duda, lo más admirable era el equilibrio que lograba entre la picardía y el recato, un balance elusivo en cualquier área de comunicación.
Danilo Jiménez pasará a la historia como un gran costarricense. Personificó valores que definieron tiempo atrás lo mejor de nuestro país, valores que, por desgracia, hoy tienden a ser opacados por los signos confusos de una era plagada de superficialidad y pachuquismo. Al recordar a este distinguido político, exaltamos una calidad humana que debería inspirar a las nuevas generaciones.