Allá por los ochenta y por razones que escapan a mi memoria, esperábamos con ansias –no con gusto – el advenimiento de tres días de nefasta oscuridad. Durante ellos, desfilarían por las calles desde la carreta sin bueyes hasta los cuatro jinetes del Apocalipsis.
¡Ay de aquel que se atreviera a asomarse por una ventana o salir de la casa! Pues se volvería loco, lo alcanzaría también la décima plaga de Egipto o algo peor. Nos resguardamos con candelas, oraciones y un secreto deseo de asomarnos por el quicio de la puerta cuando las luces se apagaran.
La oscuridad no fue puntual, sino que llegó hasta 1991, cuando más de uno se aventuró a identificar un eclipse de Sol con la señal de los tiempos. Pero no fueron tres días, tan solo unos minutos, y después todo siguió igual.
Luego sería el tan temido 2000 el que arrasaría la humanidad entera, aunque nunca hubo acuerdo si a la medianoche de Greenwich, Nueva York o Silicon Valley. Lo que sí nos puso a correr a todos fue la actualización de software ante el Y2K; no fuera que las computadoras se volvieran tontas o se apoderaran del mundo, ambas opciones igualmente probables. Tuvimos un periodo de relativa calma y ahora son los mayas los que nos anuncian –sin querer– la llegada de otro plazo definitivo. Este sí es, sin duda. Y si se acaba la cosa, todo bien, pero si no, al menos a Guatemala le sirvió para promover el turismo; a mí de excusa para escribir este artículo y a algunos vivillos para vendernos libros o hacer películas.
Lo que parece, entre un final y otro, es que realmente quisiéramos que se termine el asunto, o como mínimo tener algo previsto en el horizonte, porque nos hace falta un poco de sazón para esta vida y no encontramos otras formas de adobarla.
Me dijo un amigo, hace un par de armagedones, que el fin del mundo debería ser como el de una construcción; es decir, cuando ya esté lista y con finos acabados: sin guerra ni hambre y con paz entre los pueblos. Sin embargo ese fin no se espera sino que se construye, por lo que aún pareciera distante. Se acerca el fin. ¡Ojalá!