Tener esperanza está un poco devaluado en estos tiempos. Muchos tenían la esperanza de que Trump no llegara al poder. Otros, tenían la esperanza de que fuera un político tradicional, de esos que hablan mucho en su campaña, pero que cumplen poco sus promesas al llegar al poder. Sin embargo, hemos visto como, firmemente, se decide por hacer realidad cada una de ellas, ante el miedo y la preocupación de una gran parte de la humanidad (porque hay que aceptar, dolorosamente, que mucha gente está de acuerdo con sus políticas). Y la esperanza ¿desapareció?
En el poco tiempo que tiene de ser presidente, hemos visto desaparecer la página dedicada al cambio climático en la web de la Agencia para la Protección del Medioambiente de Estados Unidos y como se establecen censuras a las publicaciones de los científicos de instituciones gubernamentales. Como si la protección del medioambiente y la veracidad y autenticidad de la ciencia no fuera suficiente, llegaron medidas más agresivas. Y la esperanza, ¿desapareció?
El muro en la frontera con México fue uno de sus temas durante la campaña electoral. Ahora, como presidente, ya ha emitido el decreto para impulsar su construcción. Aunque su construcción es excesivamente costosa y compleja, impulsaría a miles de migrantes (que no se detendrán por un muro) a cruzar caminos mucho más peligrosos y riesgosos, poniendo en peligro la vida de muchas personas, niños entre ellos. Siempre, en contra de los inmigrantes, Trump estableció la prohibición de aceptar refugiados de Siria, Irak, Libia y otros cuatro países de mayoría musulmana. No terroristas. No asesinos.
Cualquier persona, por el solo hecho de haber nacido en esos países, es vetado de ingresar a Estados Unidos. ¿Se puede seguir teniendo esperanza?
Empatía. Una persona me comentaba en estos días esta idea que me ha hecho ver las medidas de Trump con esperanza. Solemos ignorar el dolor, el sufrimiento, cuando se vuelve algo cotidiano.
Puedo pasar por la vida indiferente ante el dolor humano. Puedo pasar de lado ante una persona hambrienta en la calle, ignorándolo. Pero si antes de pasar a su lado, veo a alguien que le hace daño o lo humilla, es más probable que al pasar yo, quiera hacer una diferencia positiva, y haga algo al respecto. La injusticia de otros me abre los ojos a la justicia.
Y la esperanza, que era tenue y casi invisible, empezó a iluminar la oscuridad. El gobierno de Canadá ofreció refugio a los musulmanes rechazados por las nuevas medidas de Trump, dándoles la bienvenida y mencionando la “diversidad” como una riqueza para su país y no una “amenaza”.
Miles han protestado contra las medidas, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Miles se han solidarizado con los inmigrantes mexicanos y musulmanes.
Por eso tengo esperanza. Esta realidad nos tiene que mover a la reflexión como individuos, como comunidad y como sociedad.
Criticar las medidas de Trump hacia musulmanes y mexicanos porque “todos somos iguales”, pero oponerse a que se cante el himno de Nicaragua en algunas escuelas del país me suena a “doble moral”, solo por poner un ejemplo.
Abrir los ojos. Por ello, tengo esperanza. Porque quizás estas políticas gubernamentales en Estados Unidos en contra de las “minorías”, del medioambiente y de la verdad, rechazando a los inmigrantes y estableciendo muros, nos permitan abrir los ojos a esas realidades que hemos ignorado tanto tiempo.
Quizás ahora podemos dejar de “pasar de lado” de tantas situaciones de injusticia y dolor y ahora sí hacer algo por el “herido del camino” como el buen samaritano.
Es hora de hacer algo. Es por eso que tengo esperanza.
El autor es educador y laico marista.