Si las energías limpias fuesen más baratas, toda Costa Rica estaría utilizándolas. Si el hidró-geno o la electricidad resultasen de más bajo costo que la gasolina o el diésel, hace mucho tiempo habríamos sustituido los motores de nuestra flota vehicular.
La cruda realidad es que las energías “sucias” siguen siendo más baratas que las “limpias”. La generación eléctrica con energías limpias tampoco ha sido de más bajo costo que la tradicional con el recurso hídrico.
Se entiende como energía limpia toda aquella que en su producción o uso se le imprime una baja huella de carbono al medioambiente y su nivel de contaminación atmosférica es ínfimo.
Ironía extrema. Costa Rica se propuso convertirse en un país carbono neutral a corto plazo, pero para lograrlo estamos pagando un alto precio con recursos económicos que bien pudieron haber servido para llevar al mínimo nuestra pobreza.
El dinero pagado en altas tarifas eléctricas durante el último decenio bien pudo haber sido mejor utilizado para mitigar el dolor y la angustia de la pobreza que ahora sufrimos. Pero el prestigio mundial de generar electricidad 100% verde y limpia puede más en la conciencia del tico que la vergüenza de vivir en un país con la quinta parte de la población en precariedad de vida y extrema pobreza.
Hidroelectricidad. Durante varias décadas, el país aprovechó muy bien el recurso hídrico para la generación eléctrica, debido a que era la tecnología del más bajo costo de producción, sin que en aquellos días interfirieran los actuales cuestionamientos de afectación a la ecología y el medioambiente.
Por varias décadas tuvimos una matriz eléctrica 100% limpia y de muy bajo costo sin recibir galardón alguno, pero con un impacto positivo en la productividad nacional.
El transporte de la energía se logró desde el sitio remoto de la producción hasta los centros urbanos de consumo por medio de líneas de alto voltaje, atravesando espesuras boscosas y tierras con bajo costo.
Las represas contribuyeron al almacenamiento del recurso en la temporada seca del año. El bajo costo de construcción de las plantas con represas hidroeléctricas llegó a su fin con el incremento a los combustibles que mueven la maquinara para el movimiento de tierras y para la fabricación del concreto requerido, así como por el incremento en el costo de la tierra por inundar, la mano de obra y las obras de mitigación a la afectación ecológica.
Las plantas de filo de agua sin represa se convirtieron en la alternativa de más bajo costo, pero al ser construidas y operadas por empresarios privados se volvieron automáticamente en obras enemigas del sindicalismo estatal y su proliferación se evitó con medidas legales a favor del ICE, creando con ello un rezago en la capacidad de generación eléctrica que fue llenado a corto plazo con la cara planta térmica de Garabito, y, posteriormente, con plantas menos caras en producción, pero con base en recursos renovables como el eólico con un bajo factor en su tiempo de producción, o con geotérmicas, con largos periodos de construcción.
Esos factores más otros de índole financiera, laboral y operativa, han tenido como resultado el encarecimiento progresivo de las tarifas eléctricas durante los últimos 15 años.
Alternativas. Para volver a tener tarifas eléctricas de bajo costo y competitivas a escala centroamericana solo existen dos opciones.
Una es el uso del gas natural para la producción de energía firme durante todo el año, como pronto lo hará Panamá, preferiblemente, en plantas a boca de pozo, como podrían ser las de Golfito y en la zona norte, donde se supone hay disponibilidad de ese recurso.
La otra es el uso de la energía solar para la generación durante casi ocho horas de disponibilidad del recurso en las amplias zonas de la costa pacífica, como ya lo hacen Guatemala y Honduras.
Ambas alternativas tienen que ser financiadas en su totalidad con recursos económicos privados para que así no tengamos que pagar de nuestros bolsillos gran parte del costo de su construcción, como resultó ser el caso del PH Reventazón.
El autor es ingeniero.