Hasta 1898, se creía que la malaria o paludismo se “adquiría” al inhalar el “mal aire de los pantanos”. Fue sir Ronald Ross quien abrió una nueva área de estudio cuando demostró que los mosquitos eran los responsables de su transmisión. No pasó mucho tiempo hasta que en 1908 el médico cubano Carlos Finley sugirió que los mosquitos transmitían la fiebre amarilla a los humanos.
Desde entonces, sabemos que estos pequeños insectos son los principales depredadores de nuestra especie.
El Aedes aegypti podría considerarse responsable del mundo como lo conocemos hoy: en 1890 castigó con un brote de fiebre amarilla tan letal que hizo que los franceses abandonaran la construcción del canal de Panamá. También enfermó a miles de soldados durante la guerra española-americana y generó otros brotes mortales durante el siglo XIX en Nueva Orleans, Hampton Roads, en Virginia, y Memphis.
Millones de personas mueren al año por enfermedades transmitidas por el Aedes aegypti, entre ellas la malaria, con 2,5 millones de muertes anuales; el dengue, cuya mortalidad es baja pese a que infecta a 50 millones por año; la fiebre amarilla, con unas 30.000 muertes al año a pesar de existir una vacuna; el chikunguña, responsable de complicaciones neurológicas, cardíacas y oculares, y ahora el zika.
La particularidad del zika es que se presenta como una enfermedad leve que se manifiesta únicamente en 1 de cada 5 infectados. El gran problema reside en la posibilidad de malformaciones graves en los bebés de enfermas embarazadas.
Las hembras del Aedes Aegypti son las responsables de transmitir los virus. Cuando pican a una persona infectada, el virus se aloja en sus glándulas salivales y se reproduce en aquellos que se conviertan en su próxima “comida”.
Estudios científicos han demostrado que los mosquitos nos identifican por medio de nuestra respiración gracias a receptores de dióxido de carbono en sus antenas. En defensa de la perspicacia de estos insectos, cabe aclarar que ellos entienden que si se acercan a la boca de una persona, probablemente no vivan mucho tiempo más.
Por esta razón han aprendido a reconocer olores de las diferentes partes del cuerpo humano para atacar en las zonas donde corren menos p eligro de ser atrapados: los pies, los tobillos, la cara posterior de las rodillas, los codos y el cuello.
La guerra de exterminio a los mosquitos se puede ganar por medio de la esterilización con rayos gamma (tecnología ya disponible). El problema yace en que existen 3.500 especies de las cuales 100 pican al ser humano con riesgo de transmitir enfermedades.
La huella ecológica resultante de dicho exterminio sería importante pues son alimento de otras especies y polinizan muchas plantas. El nicho, según los científicos, sería llenado rápidamente por otros insectos, que podrían resultar siendo vectores más temibles que el ser humano.
Otra opción la brindan firmas de biotecnología que han logrado modificar genéticamente a los machos de Aedes aegypti para evitar que sus crías se desarrollen adecuadamente y que mueran antes de reproducirse y convertirse en portadores. Las pruebas con dichos machos han dado resultados positivos pero son limitados a pequeños territorios y difícilmente puedan reproducirse dichos resultados en grandes expansiones territoriales.
La manera de protegernos, hasta que se desarrolle una vacuna, incluye la eliminación de criaderos, usar manga larga, aplicarnos repelente y, sobre todo, nunca subestimar los beneficios de un par de medias gruesas.
El autor es médico.