En la Semana Santa recién pasada (¿por qué le dirán “santa”, cuando es la época del año en que más personas mueren en accidentes en carreteras o en el mar, se bebe más licor y se producen más peleas y discusiones que en ninguna otra época?), como no me alejé de mi casa ni de mi ciudad, he meditado sobre cuál es el sentimiento humano más importante y he llegado a la conclusión de que es la bondad. Naturalmente, hay muchos otros sentimientos que son también importantes, como el coraje, la pasión redentora y, en forma negativa, el odio y la guerra, que, aunque traen destrucción y muerte, también, irónicamente, producen, al llegar la paz, cierto progreso que puede significar importantes avances tecnológicos.
Admiración. Admiro a los genios que, en muy diversos campos, han hecho avanzar a la humanidad, como los científicos que descubren drogas casi milagrosas que alejan las enfermedades, o los que descubren nuevas formas de cultivar la tierra, o los grandes pintores y los novelistas clásicos, o los que iluminan los escenarios teatrales en todo el mundo.
Sin embargo, admiro, aún más, a los que son básicamente buenos, aunque carezcan de otras cualidades. Pienso en alguien como Gandhi, que logró, con el amor a sus semejantes, lo que muchos otros habían tratado de obtener por las armas y habían fracasado: la independencia de la India, su patria, con una resistencia pacífica, sin recurrir nunca a la violencia. Pienso también en Martin Luther King, quien entregó su vida para lograr que los miembros de su raza fueran aceptados –por fin– como ciudadanos de primera clase en los Estados Unidos. Asimismo, no olvido al recientemente fallecido Mandela, que logró el milagro de evitar que miembros de su raza se vengaran por tantos años de agresión y opresión de parte de los blancos en Sudáfrica.
Hace ya varios años, conté en un artículo que publiqué en Áncora la historia de Dany Martin, posiblemente el joven bailarín de ballet de más futuro, tanto en los Estados Unidos como en Europa. Apenas se había incorporado a una compañía inglesa, esta salió en una gira mundial que se inició en Sun City, en Sudáfrica. Ahí, una tarde lluviosa y fría, iba en un automóvil en compañía de otro bailarín y, de pronto, el vehículo patinó en la carretera mojada y se estrelló contra un árbol. Al recobrar el conocimiento, Martin vio cómo una ambulancia se llevaba a su compañero y lo dejaba a él. Creyó que se lo habían llevado porque estaba más grave que él, y no se imaginó que, por el contrario, las heridas eran leves y la única razón fue que su compañero era blanco y él no.
Las heridas de Martin eran muy graves. Tenía el cuello roto y dos vértebras cervicales fracturadas. La ambulancia nunca regresó. Por fin, alguien que pasó en automóvil se apiadó de él y lo llevó al hospital más cercano, donde se negaron a recibirlo por ser negro. Su espina dorsal todavía estaba intacta, pues pudo entrar al hospital caminando. Después de esperar varias horas, lo llevaron a un hospital para negros en Pretoria, a unos 150 kilómetros de distancia y pasando por caminos llenos de huecos. Cuando por fin fue atendido, una de las vértebras había cortado la espina dorsal y Martin quedó paralítico para siempre.
Hechos como este se produjeron en Sudáfrica durante muchos años y habrían producido una respuesta violenta de incalculables consecuencias, si no hubiera existido Mandela, quien, a pesar de sufrir, él mismo, la humillación, el castigo y muchos años de cárcel, no buscó venganza al obtener el poder, sino que enfrentó el odio con amor y logró que el poder de los blancos pasara a los negros en paz y armonía.
Característica de muchos. La bondad no es una característica exclusiva de los grandes hombres, sino que puede existir en todos los seres humanos, incluyendo a los más humildes. Desde hace muchos años, todos los eneros disfruto con mi familia de una semana en un condominio en Punta Leona. Por motivo de un problema que tengo en la cadera, debo llevar una silla a la playa, y le pedí a uno de los guardas que si me podía hacer el favor de cuidarla para no tener que llevarla y traerla todos los días. El ultimo día, le iba a dar una merecida propina, pero el guarda me dijo: “Por favor, no. Usted me pidió un favor y los favores no se pagan, solo se agradecen” Creo que este es el ejemplo de un hombre bueno.
Hace ya unos años, tuve que someterme a un tratamiento de radiación en la nariz por un cáncer de mucha peligrosidad, y lo recibí en el Hospital México, precisamente durante los festejos de fin de año. Como se necesitaban varias sesiones, tanto el doctor como la técnica me aplicaban el tratamiento laborando en días en los que casi todos los josefinos estaban de fiesta. Y lo hicieron muy bien y con gran afecto. La técnica, cuyo nombre desgraciadamente he olvidado, nunca me llamó por mi nombre, sino que usó siempre solo palabras cariñosas como “mi amor, corazón, cariño”, etcétera, y lo hacía con todos los pacientes. Recuerdo a una señora de edad muy avanzada que llegaba en silla de ruedas, y con ella usaba las mismas palabras de afecto. Este es otro ejemplo de una persona bondadosa.
Gratitud. Desde hace muchos años he padecido de varios cánceres, todos muy agresivos y malignos. No creo que hubiera podido seguir adelante sin el apoyo, primero, de mi familia más cercana y de varios eminentes médicos. No puedo mencionar a todos, pero, en forma simbólica, quiero mostrar mi agradecimiento al Dr. Joao Baptista y, sobre todo, en los últimos años, al Dr. Jaime Ulloa y al Dr. Orlando Quesada Vargas. Todos han sido personas de gran bondad para conmigo.
Llegará un día –espero– en que la bondad no sea la excepción, sino la regla. Y, ese día, la humanidad habrá dado un gran salto que le hará alcanzar límites que hoy día consideramos imposibles.