Bosques, oro y animales han caído en manos de un grupo de explotadores que hacen del parque Corcovado lo que les da la gana. Nada les impide arrasar con su bella y rica naturaleza. A quien se mete en él, nadie lo saca. Lo explotan peor que si fuera de su propiedad. Lo consideran un paraje ocupado por quien quiera.
Unos dicen: pobrecitos los oreros, si apenas son 300; además, dejaron casa y familia para meterse en esa remotidad (península de Osa). ¡Cómo los van a sacar! Y algo parecido –repiten– les sucede a los peones de los madereros, muchachos expertos en el manejo de motosierras, y lo mismo dicen de los guardaparques, que hasta deben pagarse su comida. Así termina esa defensa: todos son pobres y costarricenses.
Otros participantes opinan: mejor hablemos de los madereros, que suman años de explotar los bosques del parque. Afirma otro: pero hablemos con una condición: que nadie busque quiénes son ni quién les dio el permiso de explotación forestal. Así evitamos líos legales y largas explicaciones. En cambio, otros expresan: no seamos ingenuos, llevan años en lo mismo; esto quedará para el gobierno entrante, que en lo que quede del parque, sembrarán rosas, claveles y flores de muerto.
“Pero ¿todo esto va a quedar así?”, preguntó otro interesado. “Bueno”, contestó aquel participante, no le echemos la culpa al régimen democrático, si es que alguien está pensando así; lo que realmente está ausente es una gran falta de ética.
Entonces, “¿qué vamos a hacer?”, preguntó una persona del fondo. “Nada”, contestó alguien, “esperar pacientemente la llegada de un gobierno interesado en estos asuntos, y esperar las exigencias de los votantes, si es que están presionados por verdaderos ambientalistas”.
¿Y los cazadores? Pronto dejarán el parque sin animales. Desahogados, todos regresaron tranquilos a sus casas.
Colaboración. El Estado puede solicitar la colaboración de la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional, la Universidad Técnica Nacional, el Instituto Tecnológico, la Universidad Earth, el Catie de Turrialba, las universidades privadas y el Ministerio de Educación; este último, con el fin de reafirmar la conciencia ecológica en los estudiantes de escuelas y colegios. Todo para que, en unión de voluntades, evitar la extinción de Corcovado.
Sin duda alguna, el país y el Estado necesitan contar con una nueva esperanza para luchar por la conservación de los parques nacionales. Esta lucha podría significarle al país el advenimiento de otro ciclo político-histórico (1821, 1856, 1948…). De momento, esperemos del Estado costarricense una acción inmediata, permanente, vigilante y vigorosa.
Aboguemos por que los parques nacionales continúen siendo parques, con pepitas o sin pepitas de oro, bosques, animales, ríos o peces, y no se conviertan en centros públicos de explotación ni en bodegas de narcotraficantes.
No basta con amarnos como hermanos para conseguir un mundo más humano; en la misma medida amemos al planeta, poseído de un desequilibrio acelerado, antes de que nos destruya. Logremos que se otorguen facilidades para promover el turismo nacional y, así, que haya más personas dispuestas a conocer, proteger y defender las riquezas naturales del país.
El autor es abogado.