He leído varios artículos de ilustres economistas y financieros, donde proponen que el serio problema fiscal que afronta el país solo tiene dos avenidas de solución: aumentar la recaudación y recortar el gasto del Gobierno.
Como buen financiero de formación, comparto, en principio, esa solución. Sin embargo, me desilusiona pensar en lo que nos enseña la historia. Son muchas las administraciones –de diferentes partidos políticos– que han tratado sin mucho éxito de pasar reformas fiscales integrales y de controlar el gasto público. Creo que el problema no radica tanto en el “qué” debemos hacer –que pareciera ser bastante claro–, sino en el “cómo”.
En ese momento, se me sale mi espíritu de coach. He llegado a la triste conclusión de que nuestra clase política –y me atrevería a decir que el pueblo como un todo– ha perdido en buena medida la capacidad de conversar en forma inteligente.
Cuando digo esto no me refiero a nuestra capacidad intelectual, de lo cual creo que tenemos de sobra. Me refiero simplemente a saber conversar. Cuando tenemos una “mala” conversación, nadie gana. Cuando tenemos una “buena” conversación, salimos de ella energizados y todos ganamos.
Las conversaciones son la mínima expresión de nuestra cultura, el intercambio personal más básico del ser humano. Nuestra cultura, expresión fundamental de los valores de nuestro pueblo, eventualmente es lo que lo diferencia, lo que le permite progresar y crecer.
Relación de confianza. Una buena conversación empieza con el saber escuchar genuinamente, sin estar pensando en la riposta mientras oímos, en tener la madurez para expresar nuestros pensamientos y sentimientos de una manera que fortalezca la relación con nuestro interlocutor y que ayude a garantizar procesos exitosos.
Se basa en ir construyendo una relación de confianza, que resulta de ser transparente, sincero y empático en nuestra comunicación. No necesariamente vamos a estar de acuerdo, pero nuestro interlocutor debe percibir que somos transparentes en cuanto al porqué tenemos una posición diferente.
Al eliminar las agendas ocultas, podemos trabajar en conjunto y cocrear una mejor solución a los problemas.
Sobre todo en nuestro ámbito político, las diferentes partes deben tratar de apartarse de las conversaciones poco constructivas, aquellas que tratan de imponer el “por qué yo tengo razón” o las que tratan de esgrimir cientos de razones para convencer a la otra parte.
Los seres humanos tenemos una reacción natural cuando nos sentimos retados o amenazados, y nuestro cerebro, en realidad, no distingue entre una amenaza física y una amenaza verbal; reacciona de la misma forma, nuestra amígdala genera cortisol y nos ponemos en modo de pelea, de huir o de escondernos.
Cocrear soluciones. Desafortunadamente, una vez que estamos ahí, ya no estamos conversando, estamos huyendo o peleando o, en una versión más civilizada, en competencia de egos. El problema es que en ese momento difícilmente vamos a lograr una solución ganar-ganar.
El objetivo debe ser el de establecer un intercambio genuino de ideas, que permita, durante el proceso de diálogo, cocrear una solución a los problemas que vaya más allá de las posiciones iniciales. Este proceso tiende a lograr resultados que trascienden lo que pudimos haber imaginado inicialmente.
Posiblemente, es mucho pedir que nuestra clase política aprenda rápidamente a conversar en forma inteligente, pero si queremos tener una Costa Rica que se destaque, que progrese y que logre resolver problemas tan complejos como el problema fiscal que afrontamos, vamos a tener que empezar a practicar el perdido arte de saber conversar. Tal vez necesitamos menos políticos y economistas, y más coaches.
El autor es coach ejecutivo.