La motivación para el ingreso por primera vez a un centro educativo está impregnada de la importancia social que se da al desarrollo cognitivo y la capacidad académica de los niños y las niñas. Sin embargo, el primer enfrentamiento a un mundo desconocido en espacio, tiempo e intercambio social, provoca efectos muy fuertes en el estado emocional de los pequeños, que merece contar con cuidadosa actuación por parte de los adultos, quienes deben dar soporte, especialmente a los más chicos, que se enfrentan a experiencias que van a convertirse en trascendentales para su vida.
El primer día de clases constituye un hito que puede marcar la vida de los niños y también de la familia. En primer lugar, se ven expuestos a diferentes situaciones que cambian. Enfrentan un nuevo espacio físico, más amplio y con diversas regulaciones de utilización que no ocurren en su hogar; seguidamente. pasan de ser el centro de la atención en la familia a ser miembros de una colectividad, la mayor parte de las veces desconocida; cambia la rutina de actividades diaria, como las horas de sueño y alimentación; se enfrentan a otras normas como el esperar por su atención en relación con las necesidades de otros en igualdad de condiciones; y también se modifican los códigos de comunicación y de la forma de expresar y de recibir afecto.
Temor al abandono. La primera experiencia educativa al asistir por primera vez a clases puede estar marcada por un trasfondo o historia previa de las expectativas familiares, en que los adultos cargan a los niños de sus propias frustraciones y deseos de autorrealización, derivadas a un comportamiento especial de su retoño. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que los niños menores de siete años aún explican el mundo de manera animista e impregnada de fantasía. Por lo tanto, en algunos casos se puede presentar el fenómeno de “Hansel y Gretel”, en que imaginan que sus padres los llevan a un lugar desconocido y no volverán por ellos.
Esta nueva experiencia, que normalmente no han vivido en la familia, pero que forma parte del pensamiento infantil, puede provocar sentimientos de abandono, miedos, ansiedad y otras reacciones, como el llanto, alteraciones en la alimentación, el sueño y el comportamiento.
Pero también algunas veces esos comportamientos son reflejo de los sentimientos de los adultos de la familia, quienes también viven el dilema de la separación, así como la preocupación por la adaptación, la seguridad y el bienestar del hijo o hija. En este escenario, a veces de incertidumbre, se desarrolla todo el proceso de la primera experiencia escolar y no debe ser minimizada.
Competencias sociales. El ajuste a los cambios en la vida es ampliamente explicada por la literatura psicológica. Todo cambio en el ciclo vital de las personas amerita un cambio en las estructuras de pensamiento y un ajuste emocional; para ello, es necesario pasar por etapas de ajuste, que pueden ser acompañadas con un ritual. En el caso de la adaptación escolar, se requiere de aproximaciones sucesivas, esto es, que la integración a ese nuevo proceso de vida se realizará poco a poco, empezando por tiempos cortos que se irán ampliando, de manera que no se afecte la seguridad básica del menor, en cuanto a que el corto tiempo de permanencia en el centro educativo implica momentos de disfrute y una corta espera de los adultos conocidos. Poco a poco, se inicia el encuentro con nuevos amigos y relaciones que pueden durar toda la vida.
Algunos padres y madres de familia ponen sus expectativas y esperanza de autorealización en sus hijos, y expresan de manera directa o tácita el modelo que el niño debe representar. En algunos casos, antes de asistir a la educación formal, ya la familia ha iniciado con un ejercicio rutinario de academización. A partir de ahí la vida académica de estos niños lleva una carga emocional muy fuerte, que a veces se vuelve insoportable.
Como dice el Eclesiastés, “hay un tiempo para cada cosa”. Así como el desarrollo motriz o la adquisición del lenguaje están marcados por el desarrollo neurológico, y un niño de seis meses no caminará aunque se le ejercite diariamente, sino hasta que cuente con la madurez suficiente, el desarrollo emocional y cognitivo que requiere la escolarización marcará el desempeño posterior en la vida educativa. El primer día de clases debe ser el inicio de una etapa de disfrute.