El poder de la palabra hablada es una herramienta que se debe aprovechar desde los primeros años de la infancia porque tiene la capacidad de hacer despegar la imaginación de los niños mediante personajes, historias ficticias y finales inesperados que surgen de la creatividad de los más pequeños de la casa.
Entre más temprano sea el contacto con los libros, menor será el temor hacia las letras y menos ardua la transición hacia la escuela. La exposición al juego de las sílabas desde la infancia no enferma a nadie; por el contrario, facilita el proceso de alfabetización y la lectura se traduce en una actividad lúdica de la cual el niño no querrá escapar.
En ese acercamiento con el libro, no se trata solo de comprar páginas de cuentos cuidadosamente ilustrados, sino también de compartir la lectura con el niño. Permitirle que sea él quien invente sus propias historias, contarle un cuento, diseñar los personajes con él y que sea él quien llegue a sus propias conclusiones. Los resultados son asombrosos, porque la imaginación de un niño tiene poderes ilimitados.
La mente de un niño de 4 a 6 años, con el acompañamiento adecuado de un adulto, tiene una capacidad de diseñar mundos únicos, donde los buenos modales, el cuidado del medioambiente y el respeto por las diferencias son temas recurrentes, capaces de abandonar los prejuicios del mundo adultocéntrico, sin necesidad de moralismos vanos.
El cuento no es solo para dormir. El peor error en el que podemos caer los adultos es hacer creer que la lectura se asocie con una práctica aburrida, para ello, las historias deben ser capaces de generar conversaciones y discusiones de sus contenidos.
Conexiones. El texto es solo un apoyo que permite generar conexiones entre palabras, sonidos e imágenes.
Por ejemplo, cuando el niño escucha el sonido de la letra “d” (de) empieza a desarrollar la capacidad de asociar palabras que se inicien con ese carácter.
El programa de educación preescolar del Ministerio de Educación Pública (MEP), que se puso en marcha en el 2014, propone sesiones diarias de lectura de la maestra hacia los niños, en las que no se pretende escolarizar antes de tiempo, sino hacer de sus primeros pasos por el sistema educativo una antesala divertida para el proceso de lectoescritura. ¡Bravo por ese esfuerzo!
De hecho el programa se cumple y muy bien en algunos centros educativos. En otros, es palpable la brecha y las deficientes acciones de las maestras: hay niños que afirman nunca haber escuchado una historia y otros a los que la palabra cuento les rima con aburrimiento.
Sus maestras les leen por compromiso, por cumplir con un deber laboral y acabar con el ciclo lectivo. ¡Lástima por las siguientes generaciones que serán fruto de esa maestra! Las excusas para hacerlo mal no son válidas.
Responsabilidad compartida. El relato hablado y la creatividad del adulto son las únicas herramientas necesarias para hacer rodar la imaginación del niño, pero sería injusto culpar del fracaso solo a las maestras.
Si el niño afirma que en el aula nadie le ha contado un cuento, ¿qué están haciendo en casa? La labor de los padres de familia es fundamental e insisto en el cuento como herramienta de juego, capaz de sustituir las horas frente a un televisor que solo receta violencia, vicios y más violencia.
El dramaturgo irlandés Óscar Wilde decía que el mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerlos felices. Las aulas y los hogares tienen ese deber de educar con alegría, sin palabras vanas y moralistas, sino haciendo a los niños partícipes de la toma de decisiones.
La educación de calidad debe enfocar sus esfuerzos en un modelo que aspire a la formación de individuos autocríticos, reflexivos de las necesidades de su entorno y capaces de proponer soluciones a esos problemas, más que solo criticar por redes sociales cuanto tema se nos ocurra.
No dejemos que el ajetreo laboral nos robe las palabras del cuento para los más pequeños. Los niños necesitan de un adulto que los acompañe a cuestionar su entorno, que los rete con preguntas, que ellos mismos sean capaces de retar al mundo con más cuestionamientos, que creen nuevos personajes, que construyan nuevos escenarios y que sean críticos de la realidad que nos gobierna. Solo así podemos influir positivamente en un modelo educativo que abandone el anticuado sistema de repetir como loros lo que dice un libro.
El autor es periodista.