La isla de Signy se encuentra a 375 millas de Antártica y tiene un ambiente tan inhóspito que no permite el crecimiento de un solo árbol. Sus montañas están cubiertas por capas de musgo. Solo la pulgada superior de la superficie de ese musgo tiene vida y crece. La falta de luz solar convierte al musgo más profundo en una masa cafezusca de arenilla de material inorgánico que eventualmente se llega a congelar permanentemente. Esa capa de hielo (permafrost) ha cubierto la isla por miles de años desde que los glaciales se retiraron al final de la última Edad de Hielo.
Cuando el ecólogo Dr. Peter Convey y colegas del British Antartic Survey excavaron este musgo hasta llegar a su base de arenilla inorgánica y examinaron el corte, se encontraron con algo extraño. “En la capa congelada más profunda del pedazo que sacaron, se podían ver pequeños retoños del musgo”, reportó Convey.
Él y sus colegas se preguntaron si, después de siglos de oscuridad y congelamiento, el musgo podría crecer de nuevo. Hasta la fecha, los científicos no habían podido lograr revivir nada que había estado congelado por más de 20 años, pero decidieron intentarlo. Pusieron bajo una lámpara un pedazo de la capa de musgo que recuperaron, y lo rociaban de cuando en cuando con una delicada bruma. Después de unas pocas semanas, el musgo estaba produciendo un nuevo verdor.
Pero lo más notable es que, con base en pruebas con carbón radioactivo, el musgo que logró repuntar tenía más de 1.500 años. Estuvo esos años en un estado de “animación suspendida” (muerte aparente).
Organismos revividos. El estudio del Dr. Convey es uno en una serie de recientes experimentos en los cuales los científicos han revivido organismos –virus, bacterias, plantas, animales– en estado de latencia por cientos, miles o millones de años. Han catalogado este tipo de investigación como “la ecología de la resurrección”.
Una forma de lograr una resurrección es encontrando una célula viable en el animal muerto pero bien preservado, y proceder a clonarlo. Se puede también revivir un organismo insertando un parche de ADN de una criatura extinta en la célula de un organismo viviente.
De vez en cuando se encuentran restos de animales extintos pero bien preservados. Por ejemplo, recientemente, la Universidad Federal del Noreste en Rusia reportó la disección de un mamut de 43.000 años que se descubrió en el 2013. Los restos de este animal incluyeron los músculos del tronco, su hígado, estómago e intestinos, y quizá un poco de sangre preservada. El profesor Radik Khayrullin duda que encuentren alguna célula del animal, pero está optimista de encontrar parches de ADN intactos. Confesó que, si esto se logra, ofrece “la esperanza” de clonar un mamut en el futuro. Revivir un organismo ha probado ser mucho más fácil si este no murió antes de congelarse, algo que podría haber ocurrido con el mamut.
En enero del 2014, el Dr. Weider y colegas reportaron que revivieron huevos que se hallaban en un lago de Minnesota, Estados Unidos, y que habían permanecido enterrados por 700 años. Lograron que un pollito saliera del cascarón de uno de ellos y creció hasta llegar a adulto.
No solo los animales pueden ser resucitados de su estado de animación suspendida. En el 2012, investigadores rusos encontraron una semilla de 32.000 años preservada en el hielo (permafrost). Limpiándola de otros materiales, la chinearon con humedad y temperaturas ambientales hasta que surgió, de esa semilla, una flor.
De consecuencias más ominosas para la humanidad es la ingeniería biológica con virus y bacterias.
Asunto inquietante. En marzo del 2014, virólogos franceses descubrieron un virus de 30.000 años en el hielo (permafrost) de Siberia. Demostraron que estaba vivo al infectar una ameba con ese virus. Lo inquietante es que, si lograron infectar una ameba con un virus de 30.000 años, sin duda se podrá infectar también a seres humanos con un virus que, por su insólita composición genética, podría terminar con la humanidad.
Se ha probado que se pueden revivir y preservar diferentes organismos de millones de años. Pero los campeones de la ecología de la resurrección son las bacterias. En el 2007, el Dr. Paul G. Falkowski, de la Universidad de Rutgers, y sus colegas reportaron que revivieron bacterias atrapadas en el hielo ártico en estado de latencia por 8 millones de años. La idea de que las bacterias puedan sobrevivir por períodos tan largos de tiempo ha suscitado controversia. Mientras que clonar mamuts sigue siendo algo especulativo, revivir organismos en estado de animación suspendida ya es algo que ha ido más allá de lo especulativo. La Dra. Luisa Orsini, de la Universidad de Birmingham, en Inglaterra, lanzó un advertencia muy seria a la comunidad científica y a la humanidad entera: “¡Debemos ser muy, muy cuidadosos en introducir algo del pasado muy distante!”.
Hasta hace poco, la ciencia podía cambiar genes de una criatura a otra por medio de cortar y pegar pequeños parches de ADN. Hoy en día, lo que más intriga y preocupa a la ciencia, especialmente a los biólogos, pero, sobre todo, a la humanidad entera, es que ya la ciencia ha logrado, literalmente, sintetizar un gen o un genoma partiendo de cero. Con ingredientes inorgánicos como carbón, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno ya se pueden fabricar todas las moléculas orgánicas de la naturaleza.
Esto ya le permite a la ciencia prescindir de la naturaleza. Ya hay compañías que sintetizan genes de acuerdo al interés de quien esté dispuesto a pagar. Esta nueva química sintética puede fabricar no solo todas las moléculas orgánicas de la naturaleza, sino también las moléculas orgánicas que la naturaleza jamás había soñado, como los tintes artificiales, gases venenosos, plásticos, detergentes y fertilizantes.
Biología y ética. La química sintética ha cambiado el mundo. Las posibilidades comerciales y destructivas que esta nueva bioquímica le presenta a la humanidad tienen que ver también con cuestiones morales y éticas que los biólogos no han enfrentado. Y este debate urge porque, por ejemplo, ya existe la capacidad de que a las enfermedades biológicas se les puede introducir resistencia a las drogas que la combaten. Además, actualmente ya se les puede quitar a las enfermedades infecciosas la susceptibilidad a las vacunas y crear un virus de polio resistente a la vacunas actuales.
El Pentágono está analizando de qué forma se pueden contrarrestar los peligros inherentes a esta tecnología. Pero, hasta la fecha, los biólogos no han asumido el liderazgo de estudiar en qué forma se pueden contrarrestar o controlar los peligros inherentes a esta tecnología de interrumpir o subvertir la vida.
Después de la detonación de la primera bomba atómica en que, de un momento a otro, murieron más de 200.000 personas y cuatro veces más quedaron con lesiones incapacitantes, el hombre conocido como el “padre de la bomba atómica”, J. Robert Oppenheimer, dijo en una conferencia magistral en M.I.T. que, “sin charlatanería, sin vulgaridad, sin exageración, en cierta forma crudamente realista, con la liberación del átomo, los físicos conocimos el pecado”.
Ser como dioses. Ahora son los biólogos quienes apenas están comenzando a conocer el pecado. Tienen mucho que pensar antes de que comprendan, en toda su amplitud, la capacidad que la ciencia les ha lanzado en sus manos y en sus mentes.
Como lo pronosticó el sabio psiquiatra Erich Fromm, el ser humano ha logrado, a través de la ciencia, la facultad de ser como Dios o como los dioses, al tener en sus propias manos la capacidad de inducir la evolución por un sendero que lo determina su propia voluntad.