En este artículo me refiero al mesianismo político que desde 1999 domina la gestión estatal y gubernamental en Venezuela. Elijo este tema por tres razones: primera, la situación de los derechos humanos en ese país experimenta un grave deterioro; segunda, existen en América Latina fuerzas políticas también mesiánicas que frente a la violación de los derechos de las personas guardan silencio o justifican la represión, la tortura y la humillación; y tercera, los datos disponibles relativos a pobreza, pobreza extrema, salud, seguridad, empleo y otras variables evidencian que el paraíso anunciado por el mesianismo es un abismo de camuflaje, postración y pauperización. ¿A qué atávico e irracional origen pertenecen estos hechos?
Iluminados. Cuando la historia universal apenas despuntaba, algunos humanos se creyeron dueños del conocimiento, infalibles intérpretes de las conexiones causales que rigen toda forma de existencia, sintonizados con los destinos cósmicos, los alineamientos estelares, la voluntad de los dioses y los espíritus del agua, la tierra, el aire y el fuego.
Se les llamó brujos, brujas, magos, sacerdotes, sacerdotisas, hechiceros, hechiceras, y en la tribu primitiva se establecieron en su honor rituales, pleitesías, adoraciones, sacrificios.
Eran los primeros iluminados, misioneros de sí mismos que ocultaban esa condición presentándose como infalibles expresiones de la voluntad tribal.
Desde entonces han pasado milenios, y en cada época aparecen herederos de aquellas criaturas. Hoy se les ve idolatrando al Estado, a la raza, a la comunidad, al partido político, a la ideología, al mercado, al dinero, al sistema financiero, y en América Latina se les escucha decir que el cielo en la tierra es una sociedad prisionera de sus deseos. Fue en Venezuela donde esta antiutopía se asentó con mayor odio, sectarismo y fanatismo.
Tomar el cielo por asalto. Un concepto fundamental para mejor comprender el mesianismo político es el de dualidad de poderes. Cuando el Estado se define como expresión de los intereses de una clase social explotadora resulta fácil concluir que los poderes ejecutivo, judicial, legislativo, electoral, policial, militar y mediático protegen a esa clase social.
La democracia es el disfraz de una dictadura de clase. Además de la clase social explotadora existe la de los explotados, y es esta el germen de otro tipo de Estado y de gobierno: “popular” y “revolucionario”.
Según el mesianismo asentado en Venezuela, para destruir al “capitalismo y a la falsa democracia liberal” “habrá que construir más instrumentos para la democracia directa y romper la trampa de la democracia representativa (…). Tenemos que ir marchando hacia la conformación de un Estado comunal y el viejo Estado burgués que todavía vive (…) tenemos que ir desmontándolo progresivamente mientras vamos levantando el Estado comunal”, de este modo nace una “democracia revolucionaria” cuyos objetivos son, primero, transferir todo el poder a los consejos comunales, al aparato militar y a la unidad “cívico-militar”; segundo, edificar un “sistema de Estado socialista con mercado regulado”, y tercero, crear una “sociedad socialista de Estado comunal”.
La prioridad en esta hoja de ruta –que es la que se expresa en los documentos y discursos del mesianismo– no es la voluntad de los ciudadanos, ni la legalidad administrativa, ni los derechos humanos, ni la soberanía constitucional –veleidades burguesas, dicen–. En la mentalidad mesiánica se alcanza el cielo después del apocalipsis, y el apocalipsis es la lucha encarnizada y dictatorial por vencer a la “oligarquía” y al “imperialismo”. Para el mesianismo no hay otra transición que la transición a su poder absoluto.
Tigre de papel. La grandilocuencia de la narrativa ideológica descrita se sustenta en dos falsedades. Primera, toda forma de organización política es una dictadura de clase; y, segunda, la sociedad se divide en un segmento poblacional que produce la riqueza (explotados) y en otro que se la apropia (explotadores).
Contrario a estas creencias, la experiencia histórica y los conocimientos disponibles evidencian tres hechos: primero, la organización política es mucho más compleja, multidimensional y versátil que el dominio de clase; segundo, en el mesianismo una casta tecnoburocrática, político-partidaria, militar, policial, judicial y comunal es la que detenta el poder bajo formas autoritarias, militaristas y totalitarias; y, tercero, la riqueza social y económica es una creación multiclasista bastante más profunda y cambiante que el simplismo de dividir a la sociedad en explotados y explotadores.
El asunto sería baladí si las creencias falsas fuesen solo eso, pero a ellas les acompañan insuficiencias de política práctica.
Durante varios años, la sociedad venezolana disfrutó de la bonanza petrolera, pero esta circunstancia no fue utilizada para crear un fondo económico de reserva ni para apuntalar un sistema productivo autónomo, abierto, competitivo, socialmente inclusivo, que pudiese contribuir a convertir en estructural la dignificación social de los pobres y marginados; se utilizó, por el contrario, para edificar un Estado cada vez más interventor, expropiador, paternalista y autoritario que estableció múltiples controles sobre las principales variables de la economía, de la política, de la educación, y que financió con inflación los programas sociales. Cuando las dinámicas del mercado global no facilitaron la distribución ideológica de la renta petrolera, el modelo colapsó en un sector público gigantesco e improductivo, una economía controlada por políticos e ideólogos, un imaginario social sembrado de odio, y la ausencia de un sistema productivo fuerte y dinámico.
Pragmatismo. La construcción de sociedades democráticas exige erradicar la pobreza, disminuir la desigualdad, fortalecer a las clases sociales medias, empoderar a los pobres y excluidos y crear un sistema económico de alta productividad, socialmente inclusivo, abierto al mundo, que a diferencia de lo que proponen el actual gobierno de Estados Unidos y el mesianismo iluminista latinoamericano, sea no proteccionista y no chauvinista.
No es la política de las esencias eternas, del todo o nada, de la dialéctica amigo-enemigo, del odio social y del resentimiento psicológico lo que necesita Venezuela y América Latina, sino cultivar la vida fraterna, potenciar la capacidad creativa de las personas y favorecer su acción autónoma respecto al Estado y al gobierno, no porque estas instancias sean inútiles, sino porque su cometido no es inventar paraísos terrenales sino cooperar –humildemente cooperar– en promover la felicidad de cada ser humano.
Desde la prisión de Ramo Verde, un pensamiento nutre las luchas actuales de los venezolanos: “Todos los derechos para todas las personas. Fuerza, hermano, fuerza hermana. Fuerza y fe, fuerza y fe”.
En Venezuela, sin importar cuales sean o hayan sido las preferencias políticas e ideológicas, lo mejor de cada persona se arrodilla ante los caídos, pide perdón y rinde homenaje a su memoria y al dolor de sus seres queridos. Así desaparece el miedo, se teje la alegría y nace la unidad en la diversidad de ideas e intereses.
El autor es escritor.