Cuando la ninfa Eurídice corrió para salvarse del acoso del pastor Aristeo, no solo lo hacía como evidente retirada del tiempo de los bosques naturales, cada vez más poblados por los criadores de ovejas y cultivadores, también por su propia indefensión ante el desarrollo de la cultura. Orfeo la había bien enamorado con su música culta, e hizo que se distrajera de su ancestral oficio de guardiana del bosque.
El mordisco de la serpiente en su tobillo puso un simbólico punto final a una época de Nuts, Selenes, Astartes, Coatluicues, Yemayás y Lunas. Artemisas, Freyas y Dianas. Lilits, Evas, Afroditas y Venus. Isis, Geas, Reas, Ixchels, Xochiquetzales y Cibeles. La civilización del ídolo patriarcal corría a organizar la vida, cada vez más lejos de los bosques y las lunas. Cadmo había llevado la escritura y el escenario de los símbolos y dio paso al estreno del ego-logos.
Había que domar las aguas, hacer diques, construir caminos y templos para, después, crear nuevos sistemas mimetizados de los anteriores: de una luz enceguecedora, a un dios castigador y un pecado original cometido por una mujer que asegurara control sexual y herederos. Quedaron solo los recuerdos de la vida de Diana, la candelaria en las ceremonias, junto con la imborrable capacidad de dar vida a la simiente.
Es, entonces, cuando aparece la madre partera, donando su oficio al hijo para que lo emulara como su método. ¿Un hijo que quería ser madre? ¿Un partero de la creación ficticia? ¡Parir la luz de las ideas era igual a parir las formas de la naturaleza y, por qué no, con sus mismas propiedades!
¡Eureka! Y Sócrates cerró la puerta al bosque, dando al olvido a todas las Eurídices mientras se restituía como hijo, al no tener competencia con su propia madre… ¿O será Edipo que siempre hace de las suyas? El caso es que, en adelante, así nos sirvieron a la filosofía, mutilada de la guardiana del bosque, de la generadora de vida. Se trataba solo de generar luz de un eidos en franca alianza con el ego para el desarrollo de la cultura. Un dios único, bien vestido, lleno de ofrendas, en un trono maravilloso, autoritario, déspota y siniestramente abusivo con las guardianas de los bosques había llegado desde la polis a ocupar los bosques.
La filosofía, esa narración de la razón que oficiamos en el occidente con los condimentos de la retórica y el poder del patriarcalismo, está escrita con ese olvido y bajo esa sombra. Guardiana ahora de la cultura, de su laboriosa siembra sobre el territorio que antes fue de la naturaleza, insiste en separar los ámbitos, en vez de reestablecer los puentes originales. Esos puentes que el olvido de Sócrates mantuvo en el abandono y que hoy muchos de nosotros tratamos de rescatar gracias a la misma narración y liturgia que origina la filosofía y que aún conservamos a retazos. Me refiero al retazo de Pistis Sophia , segunda parte y coprotagonista de la palabra fundadora de la filo-sofía.
Viaje kármico. Siempre me imaginé a los presocráticos como un grupo de señores que vivían casi a la intemperie. Noche estrellada, río lleno, antorcha encendida. Un grupo gozando de lo que otros les podían ofrecer, mientras cavilaban las leyes universales. Algo muy similar a la vida en un bosque. De hecho, todos partían del fundamento material de las cosas: aire, agua, fuego, ritmo, tiempo… todo lo que habitaba en el bosque primordial de la experiencia. Todo lo que cuidaban Eurídice y Diana mientras recolectaban sus semillas, parían y cuidaban sus criaturas en tanto que el lobo no estaba. Pero la escena ya era vigilada por el celoso Uno y su verdad, que envidiaba el protagonismo de las diosas en la generación de la realidad.
Urdieron su plan de suplantación macerando símbolos en el mediterráneo, trayendo al eidos y al esencialismo idealista desde Oriente a darnos esa realidad empañada por los sentidos (el mismo bosque) que tanto nos gusta a los occidentales y que solo existía en la perfección de la liturgia de la idea. Hecho el plan, la Sofía del saber común, del uso y la práctica de la vida animada en el bosque, donde la experiencia se registraba tanto interior como exteriormente, la Sofía de la pistis pasa a ser creencia y seudoconocimiento para darle el espacio a la filosofía como verdadero camino al conocimiento, al episteme y, quizá, por eso, la palabra guarde el mismo pedacito de bosque que alumbró los partos de todos los abuelos de Sócrates.
Pero la Pistis Sophia logra seguir su camino. Un camino críptico que la lleva a la teosofía como símbolo del viaje kármico de la Sophia macrocósmica y arquetípica a lo largo de los Eones, como un retrato referencial microcósmico del camino iniciático del aspirante en su crisis catártica del ego en pugna.
La Pistis Sophia , como texto del siglo II, no dudo que sea la memoria del bosque sobre la sagrada trinidad conocida por nosotros en el cristianismo bajo los personajes de María, Jesús y el Espíritu Santo, como agente de la esclavitud de la materia y, a la vez, como redentora por medio de la sabiduría sagrada.
El mito y el texto gnóstico describen cómo Sophia intentó conocer e interpretar al Padre, al incognoscible a través del conocimiento y el raciocinio intelectual, por lo que fue excluida de la Totalidad Divina (Pleroma), yendo a caer en el sufrimiento de la materia sinónimo de muerte. Sophia se arrepiente de sus acciones y ruega a Dios reconociendo su impotencia y su error, hasta que finalmente el Padre (del que todos somos partes o chispas monádicas) tuvo misericordia de ella y la envió a Cristo, su Hijo, y la dio el conocimiento (los “Misterios”) del Padre, que sería el conocimiento intuitivo, creativo, de los antiguos bosques.
‘Anima mundis’. La creación del mundo material es el resultado de la caída de Sophia, quien quiso entender la plenitud de la totalidad por medio de la vía racional y no pudo y a la que un redentor enviado por Dios Padre (Cristo), salva.Una Sofia-Diana trasgresora que no muere pero que es relegada al fondo del escenario de los falsos dioses. El dios de las mónadas sin ego es lanzado también al olvido.
Para los gnósticos, como para los rosacruces y los antropósofos, la muerte en la vida del iniciado es el perecimiento del ego personal, ese que por el contrario Sócrates convocó con su parto de la luz de la razón y dio a la cultura engullendo bosques y sabias diosas.
¿Qué le queda a la filosofía hoy? ¿La antiutopía? ¿La imaginación sobre la perdida Sofía? ¿O el cinismo inherente a lo monstruoso de la cultura patriarcal como desborde siempre de partes mecánicas que no encajan? Nos queda la conciencia despierta de Sofía en cada renuncia al dualismo El anima mundis de Pistis Sophia , la gema preciosa sin condiciones en vez de la piedra filosofal del abuso.
Nos queda el recuento del olvido socrático como vitrina para las pérdidas y la ruta de la creatividad creando de nuevo al bosque, restaurando la noche estrellada y sus elementos. Toda la oscuridad antes de la luz para darle la bienvenida a un mundo siempre con nuevas criaturas y soles por cuidar.