La cadena agroalimentaria en un gran y suculento negocio. Así lo demuestran los balances de ciertas transnacionales, como también queda claro tras analizar el vertiginoso aumento del capital financiero en los mercados de materias primas. Para los inversionistas, el futuro es muy esperanzador. Saben que la gente puede dejar de pagar su hipoteca, pero siempre tendrá que alimentarse.
Además, se ha normalizado, se ha institucionalizado y se ha aceptado sin rechistar un incremento de los precios de los alimentos (y su volatilidad) que se creó artificialmente en los mercados. Desde organismos como la FAO se anuncia y se asume sin más que la humanidad enfrentará una época de alimentos caros, aunque ello suponga aceptar un statu quo en el que millones de personas pasan hambre.
Si bien todavía no hay escasez, la ecuación entre la oferta y la demanda de alimentos y materias primas agrícolas tenderá a comprimirse si no se toman medidas, porque sigue creciendo exponencialmente la población mundial, y, sobre todo, porque el futuro energético de los países ricos dependerá de los agrocombustibles, todo ello en un planeta amenazado por un cambio climático que está comprometiendo la capacidad hídrica de muchas naciones, degradando los suelos, alterando la productividad y afectando los rendimientos en diversas zonas típicas de cultivo.
La idea esencial es que, en tiempos de crisis económica y recesión, resulta que la agricultura se presenta como un mercado apetitoso y con un prometedor futuro. La demanda se encuentra más que asegurada; es más, crecerá vertiginosamente. La propia FAO ha estimado que la producción mundial de alimentos se deberá duplicar para el año 2050.
La oferta, por el contrario, es el gran pastel a dividir y por ello naciones, inversionistas y transnacionales empiezan a mover fichas para garantizarse su porción. Teniendo en cuenta que ciertos eslabones de la cadena alimentaria exportadora ya están acaparados por multinacionales (semillas, intermediación, etc.) y teniendo en cuenta que los mercados de futuros están atiborrados de inversionistas y especuladores, solo queda un eslabón por conquistar: la tierra.
Esta es imprescindible y hasta el momento es un recurso natural que, dependiendo de países, puede ser más o menos accesible para la ciudadanía. El campesino y pequeño agricultor puede eludir las semillas patentadas, los agroquímicos y los canales tradicionales de distribución; mientras que el consumidor puede evitar las grandes superficies comprando alimentos sanos y de temporada directamente al productor.
Para que sigan activos estos canales sostenibles y agroecológicos solo hace falta la tierra, que ahora está en el punto de mira del capital.
He aquí la gran amenaza para la soberanía alimentaria, especialmente en las naciones y comunidades empobrecidas que suelen auto abastecerse a través del autoconsumo y de los mercados locales.
Vicent Boix Investigador asociado de “Tierra Ciudadana, Fondation Charles Léopold Mayer” de la Universidad de valencia