Es evidente que el actual sistema educativo se diferencia muy poco de aquello que existía en los años ochenta y noventa del siglo pasado. La rutina educativa sigue siendo la misma: dos pruebas escritas, tareas y trabajo de aula. El porcentaje de algunos rubros ha cambiado con el tiempo, así como los nombres y etiquetas utilizadas, mas no así los resultados educativos.
El bajo rendimiento académico, la deserción y la repitencia siguen siendo algunos de los problemas que destruyen la educación y se ven potenciados en la actualidad por una alta inmigración que llena las aulas de estudiantes extranjeros, con niveles de desempeño muy inferiores a sus homólogos costarricenses.
Esto ha generado graves problemas que se resuelven con multitud de adecuaciones no significativas que ahogan, por su tramitomanía, el quehacer del docente.
Los cambios en el sistema educativo deben ser radicales, pues no es posible esperar mejoras significativas si dichos cambios se aplican solo en la superficie. Toda innovación en metodología, currículo y evaluación ha de enfrentarse con la investigación científica, descartando aquellas propuestas que no generen resultados positivos a corto plazo, independientemente de los discursos publicitarios que las impulsen.
La tecnología ha llegado a un punto que permite evaluar en forma continua y simultánea las habilidades de miles de estudiantes. Si la evaluación estandarizada es válida por ser científicamente diseñada, esta podría ser la forma de evaluación sumativa que certifique cada nivel del sistema, brindando también información al docente respecto al aprendizaje logrado por sus estudiantes.
Tiempo perdido. No es posible que un docente dedique un 40% de su tiempo a la elaboración de exámenes, calificación, registro, respuesta a apelaciones y otras situaciones de carácter administrativo que surgen alrededor de este proceso.
Su labor debe ser el educar, no el hacer exámenes, y para esto la tecnología informática llega a ser el instrumento de evaluación educativa que retroalimente su trabajo.
Los docentes de primaria y secundaria requieren apoyo, y este debe iniciar liberándoles de múltiples procesos de confección de informes que perfectamente pueden ser elaborados por una computadora en forma automática a partir de aplicaciones informáticas de soporte administrativo.
El registro de datos debe vincularse con el aprendizaje por proyectos, unificando todos los rubros de evaluación en uno solo, mediante la observación de habilidades generales.
Ha de ser la educación costarricense de carácter práctico, y no meramente un escalón que habilite al estudiante para el siguiente nivel académico.
No tiene sentido un sistema que enseña al estudiante que su principal propósito es alcanzar un puntaje mínimo y “pasar”, independientemente de los muchos vacíos conceptuales que tenga, los cuales se convertirán en formidables obstáculos en su aprendizaje futuro.
Vacíos educativos. Cuando un estudiante se gradúa de secundaria, se espera que haya conformado un conjunto de conocimientos que lo hagan competente para vivir en sociedad y ser productivo. Pero si este mismo estudiante fracasa en los cursos iniciales de Matemática de la universidad, que solamente repasan lo supuestamente aprendido en secundaria, es inevitable reformular los procesos de evaluación y construir un sistema informático que revele lo verdaderamente aprendido.
Un alto nivel de dificultad caracterizó la educación de excelencia en la primera mitad del siglo XX, y generó intelectuales como Gil Chaverri, que además de ser un grandioso químico, reconocido mundialmente por crear un arreglo de la tabla periódica de los elementos, tenía abundante conocimiento de matemáticas avanzadas, tales como la topología.
La reestructuración de la educación costarricense requiere emular dicha integración curricular, amalgamando todas las asignaturas, evitando así la departamentalización del conocimiento humano. Es el consenso multisectorial, y no los caprichos de la política, la fuente del diseño de la reforma educativa según los intereses nacionales, estipulados en la Ley Fundamental de Educación.
El autor es asesor de Matemáticas del MEP.