Pasada la cadena de dolor que nos trajo la onda tropical Nate, ojalá volvamos a la calma. Será difícil. Tal vez veamos crecer las semillas de la solidaridad y la unión que esta tormenta trajo. Un corazón permanecía adormecido. A su vez, la tragedia también ha ocultado las investigaciones bancarias millonarias de Sinocem y Coopelesca. El país no puede permanecer bajo la sombra de una estafa aparentemente colectiva.
Nadie puede dudar del entramado de conexiones ni de la creación de reformas reglamentarias para favorecer gestiones empresariales, ni de las denuncias planteadas por un funcionario destituido y recién nombrado. Sin duda, todo se pondrá peor, salvo el caso de los empleados del Banco de Costa Rica, quienes han defendido el prestigio de una institución con 140 años de existencia.
Las instituciones públicas se han creado para servir, no para servirse de ellas. El país tiene 335, pero nadie se ha ocupado de refundirlas y menos de cancelar algunas, aunque lo pidan muchos costarricenses.
Como dice el literato Antonio Machado: “Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas”. Pero recordemos que la tormenta Nate no borra la tragicomedia bancaria.
Recordar lo importante. El número de muertes y desaparecidos, de casas, puentes y carreteras destruidos, no hace olvidar la urgencia de la reforma fiscal, cuya aprobación se hace cada vez más necesaria. El dolor puede convertirse en una oportunidad de solidaridad, unión y en convivencia con mayor tono humano, y en impartir lecciones de justicia y de honradez. Además, como expresan los entendidos, no conviene valerse del Estado para la creación de empresas. Esto es invadir el campo de la iniciativa privada, motor del desarrollo del país.
Dolor y oportunidad se juntan para resolver y para aclarar gestiones bancarias de dudoso procedimiento. Quiera Dios que el país salga de tantas encrucijadas y que logre crear un manantial de bienestar para todos.
El autor es abogado.