Jorge Martínez, la modelo Kathryn Arbenz y yo tenemos algo en común que pone a un sector del gremio periodístico a sufrir: somos periodistas profesionales y podemos afirmarlo a los cuatro vientos pese a que carecemos de un título universitario en periodismo, aunque –al menos en mi caso—lo poseamos en otra disciplina académica.
Sí, somos periodistas, y si algún ciudadano nos pidiera prueba de ello, más que un título, solo debemos mostrarle, si queremos, el criterio de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de hace 25 años, OC/5-85, acogido en 1995 por la Sala Constitucional.
La Corte dice en ese texto que “el periodista profesional no es, ni puede ser, otra cosa que una persona que ha decidido ejercer la libertad de expresión de modo continuo, estable y remunerado".
Tres palabras clave: “continuo, estable y remunerado”. En ninguna parte dicen los jueces que un ciudadano se puede autodenominar periodista solo si tiene un título universitario que así lo acredite.
Según la Corte, el periodismo, por naturaleza, se ejerce más allá de un título universitario o una colegiatura, y “no puede concebirse meramente como la prestación de un servicio al público a través de la aplicación de unos conocimientos o capacitación adquiridos en una universidad o por quienes están inscritos en un determinado colegio profesional”.
Pese a ello, alegando el “rescate de la dignidad y el esfuerzo académico” del gremio, el Colegio de Periodistas envió una carta a los directores de medios fundada en un dictamen de la Procuraduría, en la cual afirma que quien se hace llamar periodista debe demostrar esa condición con un diploma universitario.Sin profundizar en el asunto, no sobra advertir que ese criterio no concuerda con lo que la Corte define como periodista profesional, y promueve una intromisión indebida en la esfera de libertades individuales.
Hablemos de dignidad. Coincidimos todos en que una de las claves para mejorar el periodismo está en la formación universitaria, tanto en periodismo como en otras disciplinas, pero precisamente bajo esa premisa es que resulta ridículo enfocar tantas energías en impedir, con ese pronunciamiento mal fundado, que una modelo y un periodista deportivo digan que son periodistas.
La dignidad del gremio reside en problemas inmensamente más serios y dañinos. Me permito citar solo tres entre muchos otros:
1. Piense por mí. El periodismo depende excesivamente de expertos, y --con notables excepciones-- se plantea problemas de investigación y no sabe cómo resolverlos, pues ninguna escuela le dio la “caja de herramientas” del economista o del politólogo, por ejemplo. La Salas de Redacción no piensan por sí mismas, los que piensan son los expertos a quienes acudimos por tenerlos anotados en nuestra agenda telefónica, y están muy lejos de ser centros de pensamiento que generen activamente ideas, por lo que resultan fácilmente manipulables por intereses políticos tienden a reproducir falacias. El mundo actual y su complejidad viajan en un Ferrari y los periodistas vamos en una bicicleta ponchada, lo que trae como consecuencia que los ciudadanos también viajen por la vida en esa destartalada bicicleta.
2. ¿Transparencia? El periodista tiene una función pública, pero algunos no dan cuentas a la sociedad de los regalos que reciben, de quién les pagó el viaje a cierto lugar o quién los invitó a comer y beber caro. Todos los días nos invitan a borracheras en inauguraciones de restaurantes, de bufetes, y muchos se toman sin problema todo ese licor gratuito. Sin embargo, esos mismos periodistas exigen cuentas al funcionario público sobre los regalos que recibe y las personas que frecuenta. ¿Cuántos fondos públicos y privados se gastarán anualmente en regalos para la prensa? Y esos son los regalos que se ven; los relojes caros, la publicidad oficial que paga halagos y los favores en instituciones públicas no se ven ni se reportan
3. Mejenga. El periodista deportivo se pone la camiseta de la Sele, literalmente, para trabajar. Así reportan algunos en vivo. Ese periodismo se da licencias que en otros, como el económico o político, son inaceptables ¿Se imaginan a un periodista económico reportando en vivo las negociaciones de un acuerdo comercial envuelto en una bandera de Costa Rica? ¿Si se hace llamar periodismo (deportivo) por qué se permiten cambiar los estándares más básicos? No solo hay que ser equilibrado, sino que hay que aparentarlo: el activo más valioso de un medio es su credibilidad.
La dignidad del gremio no se rescata discutiendo si Jorge Martínez, Kathryn Arbenz o este redactor se pueden llamar periodistas. Está más bien en llenar esa superflua argumentación con una verdadera, profunda y sensata autocrítica del periodismo, dirigida a cumplir la vigente promesa que alguna vez se le hizo al ciudadano: representarlo ante el poder con propiedad, ética y diligencia, y auxiliarlo ante un mundo complejo para mejorarle su calidad de vida.