El guion es siempre igual: el sabiondo, supuestamente cuerdo y equilibrado, que, cuando alguien se queja, denuncia y se cabrea, salta a la palestra reprochando pesimismos, pidiendo calma, serenidad, y –la cereza en el pastel– rematando con esa soberana estupidez de que “Quien se enoja, pierde”. Algo así como el nefando y abominable “Vote a ganar” de algunas campañas electorales.
En plata blanca y sin circunloquios: me tocan las narices –y algo más– los optimistas de profesión, esos eternos convencidos, aun en medio de las circunstancias más adversas, de que, con solo ver el vaso medio lleno, todo tendrá arreglo y solución. Una invitación a la inacción, al conformismo, a dibujar en el rostro la permanente sonrisa del idiota, del tonto del pueblo, personaje universal digno de lástima y ternura.
La rabia, igual que la indignación, puede ser muy mala consejera, pero la sangre de horchata de algunos y la excesiva ataraxia son una condena a que todo siga como hasta ahora per saecula saeculorum.
En el medio. Muy difícil de lograrlo, dificilísimo, pero cierto: la virtud está en el medio, perfectamente equidistante de los extremos, del más y del menos. Eso es lo que nos dice la fría y aséptica razón, pero esa mitad, esa medianía, no es la misma para todos los hombres y circunstancias. Y es que la realidad –la vida, en su sentido más amplio– suele tener, como el corazón, razones y lógicas internas que la razón no puede entender. He ahí la madre del cordero, incluso para Aristóteles, adalid por antonomasia del in medio virtus.
En el libro II, capítulo 6, de su Ética nicomaquea, el aventajado discípulo de Platón señala: “En todo objeto homogéneo y divisible podemos distinguir lo más, lo menos, lo igual, sea en el mismo objeto, sea por relación a nosotros. Ahora bien: lo igual o equivalente es el grado intermedio entre el exceso y el defecto.
”Por otra parte, llamo ‘posición intermedia’ en una magnitud a lo que se halla a igual distancia de los dos extremos, lo cual es uno e idéntico para todos; respecto de nosotros, llamo ‘medio’ a lo que no connota ni superabundancia ni escasez o defecto. Ahora bien: en nuestro caso, este medio no es ni único ni idéntico para todos”.
¿Entenderán todo esto, y en su justo medio y medida, los caletres de tantos y tantos conciliadores, mediadores, pacifistas, dialogantes, predicadores de la ecuanimidad y demás especímenes?
Y ahora sí: visto lo visto y dicho lo dicho, al grano. ¿Qué hay que hacer –poco, mucho, algo o nada– con la estafa/atraco del marchamo, la indecente y multimillonaria bestialidad del puente de la “platina”, la docena de diputados abrazando a sus congéneres nicaragüenses –hazmerreír insultante y ofensa imperdonable–, una Costa Rica plagada de impuestos, cara, carísima, mucho más que varios países del primer mundo, agujereada y congestionada en su infrasubdesarrollada red vial, excelente réplica del paisaje lunar, y con unas 325 instituciones públicas, inservibles en su mayoría?... Por ejemplo.
Lista enorme y dramática. La lista sigue, es enorme y dramática. ¿Pesimismo?... ¿Exageración?... Nada de eso: ahí están los datos de la realidad, puros y duros, absolutamente objetivos, sin la intervención de negatividades ni positividades de nadie. Y a esos santones que hacen gala de “imparcialidad” y templanza, con un disimulado y esquizofrénico complejo de superioridad, bueno será recordarles que los “pesimistas”, blanco de sus críticas, son unos optimistas bien informados y con experiencia. Por si acaso.
Y vuelta, otra vez: ¿qué diablos se puede hacer en esta Costa Rica venida a menos, entre otras razones, por el despelote del “pura vida”, una inconsciencia colectiva, la modorra existencial, el exacerbado individualismo, el “sálvese quien pueda”, los políticos de pacotilla y la palurda creencia de que es el país más feliz del mundo?
Descorazonador: un millón de análisis en la prensa, mil y una críticas, de noche y de día, en las redes sociales y blogs, pero el costarricense promedio sigue impertérrito, pues todo le importa un comino… Costa Rica ni ve ni oye. Mientras el mundo avanza con el acelerador de la historia pisado hasta el fondo, el país se mueve en cámara lenta. Esa abultada y gravosa factura se está pagando ya, y las generaciones venideras maldecirán, con ira, la irresponsabilidad de sus antepasados de hoy durante estas últimas décadas.
¿Ni fu ni fa? Vamos a ver: in medio virtus. ¿Nos quedamos aristotélicamente ahí? ¿En el medio? ¿Ni fu ni fa? Inmersos en este panorama, ¿cuál es aquí el medio, si, como bien dice el Estagirita, “no es ni único ni idéntico para todos”? Y, para mayor complicación, una importante advertencia: a veces, en ciertos contextos, sobre todo en la política, situarse en el centro, en el medio, resulta ser, en la práctica, un indeseado apoyo a alguno de los extremos.
El asunto, lejos de un ejercicio de mera especulación intelectual, se las trae y deja una enseñanza: en el ámbito de lo humano es imposible ubicar la virtud en una equidistancia geométricamente impecable. Y es que sujetos somos y, como tales, subjetivos.
La pregunta sigue en pie: ¿cómo hacer que este país funcione, sin que las acciones y reacciones de la gente se pasen demasiado de la raya –esté donde esté– por sus más o por sus menos? Y… ¿la respuesta?
El autor es filósofo.