Cuando los humanos descubrieron sus 10 dedos y aprendieron a contar, se fascinaron. Unos por el 10 % y, otros, por los decálogos. Por eso, estos consejos no solicitados también son una decena, algunos de ellos inspirados o directamente aprendidos de la convivencia con ilustres directores bancarios.
1. No necesita las dietas. Las dietas en los bancos del Estado, pese a ser de las más altas del sector público, son muy bajas. Cada director puede recibir un máximo de ¢875.712,50 al mes, si asiste a las cinco sesiones remuneradas, además de los comités en los que participe, sesiones que no se pagan. Eso podría implicar, en promedio, dedicar entre uno y tres días completos semanales, si sumamos horas de sesión, desplazamientos, estudio y análisis de los documentos para resolver, consultas técnicas y lectura de las actas.
Además, debe reunirse con reguladores y personeros gubernamentales, amén de llevar cursos de capacitación y actualización.
La sola aceptación del cargo lo convierte en empleado público, sujeto a la legislación aplicable, a declaraciones de bienes y a una serie de prohibiciones de contratación y de operar para él y sus familiares hasta el 2.° grado y para las empresas en las que tenga más del 15 % de acciones.
Si un empresario, con conocimientos de la producción nacional o un profesional en economía o en derecho, o en otras disciplinas, como dice la ley, acepta el cargo de director bancario por la dieta, algo no calza en la ecuación. Sería válido pensar que esa persona no habría entendido la responsabilidad que está asumiendo o, al menos, no ha sopesado bien el costo de oportunidad de su tiempo con la remuneración. Por eso, si un buen director acepta el cargo, no ha de ser por las dietas, aunque, por supuesto, el buen director ha de ser pagado y bien: “No pondrás bozal al buey que trilla”, sentenció Moisés. El buen director debe ser bien pagado porque tiene tiempo disponible y lo invierte en hacer una fructífera gestión directiva.
2. Tiene una maestría en el manejo de los adverbios de afirmación y de negación. Sabe discernir perfectamente cuándo debe aprobar lo que se le propone, cuándo cuestionar o pedir más información y, sobre todo, cuándo debe decir ¡no!, porque eso es lo correcto.
3. Sabe leer y sabe contar. Virtudes altamente necesarias en un órgano de origen político como lo es la junta directiva de un banco estatal, porque, como es bien sabido, en política, ni los números tienen igual valor ni las palabras significan lo mismo que fuera de ella.
4. Sabe distinguir entre rendición de cuentas y rendición de cuentos. Vela por que el órgano colegiado ejerza sus competencias y exige que la administración del banco haga lo propio en tiempo y forma. Por eso no admite, y mucho menos practica, la rendición de cuentos. No señala “oportunidades de mejora”, sino que llama a los errores por su nombre. O sea, conoce y cumple su responsabilidad, culpa in vigilando.
5. Ha “pagado planilla” alguna vez. Tiene experiencia en la producción de algo. Por eso entiende las congojas y apuros del productor, del que debe lidiar con la aventura empresarial a cualquier escala y, además, pagar impuestos, empleados, cargas sociales, proveedores y al banco. Ha dirigido alguna organización, pública o privada, o formado parte de su consejo o directiva.
6. Tiene capacidad y humildad para aprender. Debe saber interpretar solito un estado de resultados o un balance de situación, y, con ayuda especializada, aprender de las distintas clases de derivados, scoring crediticios, ratings, suficiencia patrimonial, modelo de medición de los bancos, tecnología, imagen corporativa, inversiones y emisiones en mercados financieros internacionales, planeación estratégica y un largo etcétera. Deberá capacitarse en crédito, porque si bien no aprobará un solo préstamo, tiene que dictar políticas sobre carteras billonarias y velar por su correcta aplicación.
Con el tiempo, será casi un experto en normas de cumplimiento y asimilará los fundamentos de los modelos de riesgo que gestionan los expertos.
7. No lo encandilan los grandes números ni lo asustan las decisiones difíciles. Es un tomador de decisiones informado, responsable y ponderado. No procrastina ni se precipita, así se trate de estudiar y aprobar un presupuesto de 12 dígitos o de elegir o remover al gerente general del banco. Conoce y ejerce su responsabilidad, culpa in eligendo.
8. Sabe hacer y sabe dejar hacer. Cumple su función en un equipo de trabajo y ve que los demás hagan lo suyo. Esto es, practica y predica el verdadero gobierno corporativo.
9. Intuye la lógica del negocio bancario. Entiende cómo y por qué los bancos tienen que correr riesgos calculados, cómo es que el negocio produce dinero que luego financia desarrollo. Cómo agrega valor y aporta al Estado el 63 % de sus utilidades.
10. Tiene buena memoria. Tanta como para que no olvide nunca el principal consejo de Hugh McCulloch (1808-1895), nombrado secretario del Tesoro por Lincoln en 1865 y confirmado en el cargo por los siguientes dos presidentes de Estados Unidos. En 1863, siendo McCulloch Interventor de la Moneda, envió su carta Los mandamientos del banquero. Sobre la integridad de los clientes dijo a los banqueros: “No trate nunca con un bribón en la creencia de que usted puede impedir que lo engañe. El riesgo en este caso es mayor que los beneficios”.
El autor es comunicador. s