El papa Francisco dio una entrevista al diario El País de España el 20 de enero. La leí completa y la medité en cada línea.
El problema político principal de nuestro tiempo es la expansión y crecimiento de los odios y los fanatismos (homofobia, xenofobia, misandria, misoginia, racismo, sectarismo, dogmatismo, fundamentalismos religiosos y seculares), acompañados de renovadas e intensas carreras armamentistas denunciadas hace poco por Mijail Gorbachov.
Este fenómeno está vinculado a movimientos sociales denominados populistas, cuyos distintivos son el proteccionismo económico, el nacionalismo exacerbado, la crítica a las élites políticas hegemónicas desde finales de los años setenta del siglo XX y el abandono de la manera como ha sido liderada la globalización.
Para detener la expansión de las consecuencias negativas de estos movimientos, se necesita una elevada dosis de humildad y autocrítica en cuanto a los contenidos de la globalización, su gestión y los temas de la desigualdad social y de los parámetros éticos del desarrollo.
No debe olvidarse que los populismos actuales, del signo que sean, sobrevienen después de cuarenta años de apertura económica e intentos de integración sociopolítica; en algún sentido, el populismo contemporáneo es el derivado de una hegemonía de la globalización –algunas veces populista– gestionada de modo no siempre acertada.
En este contexto, la respuesta del papa Francisco al periodista que le solicitó su opinión sobre el presidente de los EE. UU., Donald Trump, es un ejemplo de responsabilidad y prudencia.
Dijo Francisco: “No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace, no podemos ser profetas de calamidades”.
El Papa evita juicios de valor y propone evaluar, paso a paso, las decisiones de la nueva administración estadounidense y la manera como se insertan en el contexto internacional; no obstante, lo cierto es que el presidente Donald Trump, en pocas semanas, ha trastocado y trastornado la gestión política local e internacional.
Esta en curso un conflicto global, y los actores político-económicos (y militares, y religiosos) están agrupándose según intereses muy concretos.
Quizás el siguiente acto de la tragicomedia a la que asistimos sea el desmembramiento de la Unión Europea, debilitada por la acción combinada de los gobiernos de EE. UU., Inglaterra, Rusia, China y Turquía, atacada por los fundamentalismos religiosos y prisionera de una creciente oposición en buena parte de sus habitantes.
¿Y qué dice el Papa de un escenario como el indicado, advertido por Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, y de consecuencias desestabilizadoras en la inestable y cristianizada, pero no muy cristiana América Latina? Bueno sería que actualizara su respuesta del 20 de enero a la luz de las primeras decisiones del actual gobierno estadounidense.
Ideología y cristianismo. Y a propósito de tendencias históricas colectivas y correlaciones de fuerzas globales, es claro que el cristianismo juega un papel clave, de ahí la importancia de la opinión del Papa sobre este tema.
Cuando leí sus declaraciones recordé otras, también de él, dirigidas a la curia romana y al Estado vaticano, dadas el 22 de diciembre del 2014.
En aquella ocasión, el pontífice afirmó que las enfermedades de la curia vaticana son la falta de autocrítica, la vanagloria y el espíritu de rivalidad y división, las habladurías y murmuraciones, el clericalismo, la divinización de los jefes, la cara de funeral, el lucimiento que transforma el servicio en poder y el poder en mercancía para conseguir beneficios privados, el encubrimiento de delitos y la esquizofrenia existencial de quienes construyen una doble vida, y viven en un mundo paralelo donde corrompen lo que enseñan a otros (virtudes públicas, vicios privados).
“Si uno lee la historia de los papas –comenta Francisco con cierta ironía– se encuentra con cada escándalo”.
En referencia a la caja blanca que Benedicto XVI le entregó en Castel Gandolfo, Francisco dice que ahí iba de todo, corrupción y santidad; y de ninguna es propietario exclusivo el cristianismo porque ambas son comunes en toda institución.
En la crítica a la religión, que en el papa Francisco, como antes en Ratzinger, es una valiente autocrítica, se encuentra su mayor aporte a la historia universal.
Esa labor de limpieza institucional es condición básica para que el cristianismo logre dar un salto cualitativo al presente de la modernidad científica, tecnológica y humanista, lo cual exige saldar cuentas con las ideologías, incluida la ideología religiosa.
El Papa lo sabe, de ahí que sostenga que “uno siempre está más cómodo en el sistema ideológico que se armó, porque es más abstracto (…). En el restorán de la vida te ofrecen platos de ideología (…), uno puede refugiarse en eso. Son refugios que te impiden tocar la realidad”. Tiene razón. Las ideologías impiden “tocar la realidad”, conocerla, vivenciarla, porque son excusas para no pensar, herramientas de manipulación emocional, prisiones mentales que producen ceguera.
Error metódico. En otra parte de la entrevista, el papa Francisco propone superar un sistema económico que coloca al dinero en el centro de su funcionamiento (¿cómo?, no lo dice); y afirma que Latinoamérica experimenta “un fuerte embate de liberalismo económico”.
Leyéndolo se ve claro que no se refiere al liberalismo económico, sino al extremismo anarco-capitalista. Es lamentable que el Papa no sea más cuidadoso y riguroso en la expresión de su pensamiento social, como si lo fueron Wojtyla y Ratzinger.
Existen distintos tipos de liberalismo, no son iguales el liberalismo de la Escuela de Friburgo, de la Escuela Austríaca de Economía, el estadounidense, el latinoamericano o el que sostiene que el Estado mínimo es el Estado más extenso que puede justificarse.
Este enfoque más integral exige recordar que el capitalismo es un sistema social que funciona en los órdenes socioeconómico, político-jurídico y ético-cultural, de ahí que sea un grave error reducirlo a mercancía y dinero, tal como lo hace el Papa.
El análisis debe hurgar en las insuficiencias del anarco-capitalismo, el estatismo, el neoestatismo y todas las posiciones intermedias, reformistas o de centro, liberales y socialistas, y en todas las formas existentes de capitalismo, pero el Papa no dice nada respecto a estos asuntos, y cuando se refiere a Latinoamérica guarda silencio respecto a políticas nacionalistas, intervencionistas, centralistas y proteccionistas, autoritarias, o ejecutadas por Estados dictatoriales; es como si tuviera un ojo abierto y el otro cerrado, y eso deja mucho que desear.
El autor es escritor.