Hace cinco años, diecisiete naciones africanas celebraron el 50.° aniversario de su independencia. Pocos de esos países tienen algo que celebrar. La mayoría tienen muchas razones para lamentar.
Hace cinco décadas, los países africanos creyeron que con el fin de la dominación violenta y humillante de los países occidentales les esperaba un dichoso porvenir. Pero, para la gran mayoría de los africanos, los 50 años de soberanía han resultado en un deplorable fracaso, y han reproducido, con creces, los horrores de la era de dominación colonial.
Su soberanía no fue arrebatada desde adentro por una lucha cívica, por una guerra civil o en una lucha contra vecinos. Fue ofrendada, desde afuera, por burócratas internacionales de las Naciones Unidas en un histórico acto de irresponsabilidad.
La Resolución 1.514 de la ONU Sobre la Concesión de la Independencia a los Países y Pueblos Coloniales, 1960, dice que “consciente de la necesidad de crear condiciones de estabilidad y bienestar (…) y que, a fin de evitar crisis graves, es preciso poner fin al colonialismo (…) y proclama solemnemente la necesidad de poner fin rápida e incondicionalmente al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones”.
Concluye el inciso 1 que (el colonialismo) “compromete la causa de la paz”. Pero el inciso 3 es una proclamación casi única por su crueldad, insensata e irresponsable entregaba del futuro del continente a pueblos que no estaban preparados para gobernar. Dice así: “La falta de preparación en el orden político, económico, social o educativo no deberá servir nunca de pretexto para retrasar la independencia”.
Era una evidente falsedad que poniéndole fin “rápida e incondicionalmente” al colonialismo se crearían condiciones de estabilidad y bienestar en África. Los burócratas internacionales cometían un delito porque, reconociendo la falta de preparación “en el orden político, económico, social y educativo”, le cargaron la responsabilidad de nation building a personas descalificadas para ejercer esa función.
Sin contrato social. La ONU no otorgaba la soberanía condicionada a un compromiso de responsabilidad de parte de los gobernantes ante sus pueblos. No existió un contrato social entre gobernantes y gobernados. Y la consecuencia es que los nuevos líderes políticos, respaldados por la legalidad del apoyo de la comunidad internacional y por la impunidad que esa soberanía internacional les confería, llegaron a adulterar las actividades normales de un Estado y surgieron monstruos que han creado horrores peores de los que se dieron durante la colonia.
Es también incomprensible e imperdonable que funcionarios responsables de otorgar la independencia a un continente no resolvieran previamente el problema básico de las fronteras.
Declara la Resolución 1.514 que el colonialismo compromete la causa de la paz, pero los burócratas se desentendieron del hecho que las fronteras de los dominios coloniales no siempre seguían las líneas étnicas sino que muchas fueron trazadas para conveniencia de los imperios europeos separando o juntando etnias y naciones enteras de manera completamente arbitraria.
Las fronteras fueron fuente evidente de futura inestabilidad política, férreas dictaduras y, peor que todo, sangrientas guerras.
Consecuencias. De 1960 a la fecha, las muertes por guerras en el continente africano alcanzan más de 21 millones. Para efectos de comparación de la magnitud de esa catástrofe africana, las muertes que resultaron de la Primera Guerra Mundial se calculan entre 10 millones y 31 millones. Más personas han muerto en el Congo que en ningún otro conflicto desde la Segunda Guerra Mundial. Más que en la guerra de Corea, la guerra de Vietnam y la guerra Irán-Irak juntas.
Los pueblos africanos están conscientes de la futilidad de medio siglo de independencia. Hay inestabilidad y penurias de todo tipo en el continente. En estos últimos 50 años se han enfrentado a depredadores de proporciones mucho peores que en los tiempos de la colonia.
El ejemplo de Zimbabue (antigua Rodesia) es representativo de la suerte de estos 17 países. Cito los comentarios de Nicolás Kristoff, editorialista del New York Times, sobre una visita de una semana a ese país.
“Lo que hace a Robert Mugabe (presidente vitalicio de Zimbabue) un opresor peor que los gobernantes blancos racistas que vinieron antes que él, es que después de haber sido su país el granero de África, lo ha convertido en un Estado paupérrimo en el que la mitad de sus compatriotas están desnutridos”.
Mugabe no permitió a las organizaciones caritativas que distribuyeran alimentos al pueblo hambriento diciendo que su país no necesitaba ayuda alimentaria y la prohibió. “Prefiere que se mueran de hambre”, dice Kristoff. Aproximadamente una tercera parte de los habitantes de Zimbabue de edades medias tienen sida. La expectativa de vida ha disminuido de 61 años hace 15 años a 34.
Comenta el periodista que si hubiera sido un régimen blanco el que “estaba deliberadamente matando a su pueblo de hambre, el mundo entero estaría denunciándolo. Pero lo peor es que los países vecinos ven todo esto y no dicen nada”. África del Sur le permite a Mugabe hacer esta barbaridad bajo el argumento de que “Mugabe está en contra de la opresión de los blancos”.
“Nuestra hipocresía está costando la vida a cientos de habitantes de Zimbabue cada día”, se lamenta Kristoff y relata que “la gente normal dice, una y otra vez, que la vida era mejor durante el régimen blanco racista de Rodesia” porque entonces tenían trabajo.
Dice el periodista: “Una y otra vez me encogía cuando escuchaba a los africanos expresar su nostalgia por un régimen opresivo manejado por un pequeño grupo de élite blanca”.
Concluye Kristoff: “Mientras el gobierno blanco racista de Rodesia estaba oprimiendo a sus habitantes negros, la comunidad internacional se unió para demandar el cambio. Pero en estos días, un gobierno negro racista está dañando a su pueblo más que nunca, y la comunidad internacional le está permitiendo a Mugabe salirse con la suya”.
Lo que Kristoff no comprendió es que Mugabe y otros monstruos como él son el engendro de esa comunidad internacional.
Jaime Gutiérrez Góngora es médico.