Cuando se valora el desarrollo y la situación socioeconómica y política del país, muchos costarricenses son incoherentes, ilógicos o contradictorios.
Por un lado, se enorgullecen de nuestra democracia, de la paz que gozamos, siempre están “pura vida”, añoran el terruño cuando por alguna circunstancia viven un tiempo en el exterior, se creen superiores en relación con las otras nacionalidades de la región centroamericana… En fin, se sienten la gente más feliz del mundo.
Pero, al mismo tiempo, muchos de esos compatriotas se hacen eco de las voces negativas que solo saben criticar, que pregonan, un día sí y al otro también, que todo está mal, que el país es un desastre y que la culpa de todos los males la tienen los políticos, en una clara actitud pesimista.
Ese discurso derrotista ha sido secundado por algunos medios de comunicación. De manera irresponsable y odiosa (aunque se debe reconocer que han pesado los actos de algunos políticos inescrupulosos y deshonestos) le han transmitido a la ciudadanía la idea de que todos los que participan en política, sin excepción alguna, son ineptos y corruptos.
Desde hace muchos años, sistemáticamente, le atribuyen todos los males de la nación a los partidos Liberación Nacional (PLN) y al de la Unidad Social Cristiana (PUSC), a los que han llegado a ridiculizar con las siglas “PLUSC”, por ser estas las organizaciones políticas que han dirigido los destinos del país desde mediados del siglo pasado.
Crítica injusta. Estas voces negativas e implacables (que según las encuestas ha permeado en el electorado y ha debilitado la base de apoyo de ambos partidos) ignoran injustamente que los indicadores socioeconómicos nacionales o el índice de desarrollo humano, cuando se comparan con los del resto de países latinoamericanos, se ubican siempre en los primeros lugares, y que esos logros, reconocidos y elogiados por los organismos internacionales, han sido generados por la gestión gubernamental del “PLUSC”.
Quienes a pesar de la evidencia ven solo calamidad, actúan de mala fe. Se resisten obcecadamente a aceptar que la Costa Rica de hoy es muy diferente a la de mediados del siglo XX. En la actualidad, el costarricense que nace tiene una expectativa de vida de 78 años, contra los 57 que tenían los que nacieron en 1950; la pobreza del 21%, que hoy nos causa vergüenza porque no hemos podido reducirla desde 1994, en 1950, era superior al 50%. La actual tasa de analfabetismo del 3%, a mediados del siglo pasado, era del 21%; y que la cobertura de la seguridad social, que ahora es del 95%, en ese entonces era apenas del 8%.
Otros índices importantes son, por ejemplo, el gasto social que, en el 2010, fue casi de un 20% del PIB, a diferencia del 8.6% de 1950; así como el 5.8% del PIB que se destinó a la educación en el 2010, a diferencia del 1.5% de aquella época.
Es probable que la situación actual pudiese ser mejor, pero lo cierto es que no es tan catastrófica como algunos quieren hacernos creer.
El desarrollo logrado en estos últimos 60 años se debe, entre otras cosas, a la consolidación de la seguridad social, a la abolición del ejército, a la estabilidad democrática, a la electrificación del país, al abastecimiento de agua potable en todo el territorio nacional, a la protección de nuestra naturaleza, al estímulo del pequeño y mediano productor, a la inversión en educación y salud.
También, es invaluable el aporte de ambos a la gestión de paz en la región, a los programas de vivienda de interés social, a la apertura comercial, a programas para evitar la deserción estudiantil y los dirigidos al bienestar de nuestra niñez y de nuestros ancianos… Decisiones y acciones concebidas y ejecutadas por administraciones del PLN y del PUSC.
Esos gobiernos han sido buenos, regulares o malos, con aciertos y errores, por lo que deben analizarse con objetividad, y endosarles la responsabilidad de sus fracasos, pero reconociéndoles, también, su contribución con el progreso de Costa Rica.