El resultado de la encuesta sobre la confianza del consumidor y la valoración del gobierno, divulgada por la Escuela de Estadística de la Universidad de Costa Rica en la última semana de agosto, debería tener no solo preocupadas, sino ocupadas, a las autoridades de la administración Solís Rivera.
El desplome observado desde mayo del 2014 está claro y coincide con otros análisis efectuados sobre la percepción de la marcha del país. Como dice el refrán popular: “Cuando el río suena, piedras trae”.
Las cosas no están funcionando en el Ejecutivo y el consumidor y la economía lo sienten.
Este año debería haber sido bueno para la economía nacional, a pesar de los problemas derivados de la decisión de Intel de suspender su producción manufacturera, la cual se adoptó antes que la administración Solís Rivera asumiera el poder.
La producción en Estados Unidos, nuestro principal mercado de exportación y la principal fuente de remesas para Guatemala, El Salvador y Honduras, mercados importantes para la producción industrial, está creciendo.
El precio del petróleo y de otras materias primas bajó significativamente, lo cual nos generó un efecto riqueza que debería haber impulsado la producción nacional. Pero, lamentablemente, el dinamismo no se ha visto.
Las cifras de producción durante el primer semestre del año, conforme con lo indicado a fines de julio por el Banco Central en su revisión del Programa Macroeconómico 2015-2016, indican que el valor de la producción nacional (PIB) creció solo un 2,5% comparado con el primer semestre del año pasado.
Es la tasa más baja desde el 2009, cuando el país enfrentaba el impacto de la crisis mundial.
Podría pensarse que la desaceleración interna obedece a un factor común en la región, como el efecto del fenómeno de El Niño en la producción agropecuaria.
Si así fuera, uno esperaría que los otros países del área mostraran también un nivel de producción relativamente modesto, máxime que el sector agropecuario tiene una mayor importancia relativa en esas economías.
Pero la situación parece ser otra: en el primer trimestre del 2015, el PIB en Guatemala creció un 4,8%; en Honduras, un 4%; en Nicaragua, un 3,3%; y en El Salvador, economía que ha estado virtualmente estancada desde la gran recesión, un 2,3%.
En ese mismo período, el crecimiento del PIB de Costa Rica fue de solo un 2,6%, cuando en el primer trimestre del 2014 había crecido un 3,9%.
Baja inversión. La desaceleración de la economía nacional, según las cifras del Banco Central para el primer semestre, no se debe al comportamiento del consumo privado, favorecido por el efecto del mayor ingreso real, consecuencia de la baja en los precios del petróleo, sino de la inversión.
Esto es todavía más preocupante, porque refleja el estado de ánimo de las empresas y los empresarios, que no sienten la confianza necesaria para arriesgar sus recursos financieros y, con ello, generar más empleo.
La verdad, no los culpo, porque, pese a la retórica oficial, el país no tiene un rumbo claro hacia el cual camina o, peor aún, gracias a dicha retórica, el rumbo hacia el cual lo hace no es el apropiado para generar mayor confianza e inversión.
La consecuencia, hoy, es una menor generación de oportunidades de empleo y, mañana, un crecimiento más lento de la producción.
El incremento en la tasa de desempleo abierto, al comparar los dos primeros trimestres del 2014 con los del 2015, reafirma esta preocupación.
El comportamiento del consumo privado durante la primera parte del año se generó con niveles decrecientes en la confianza de los consumidores, pero más altos que los observados en la última encuesta.
El bajo nivel de confianza observado en el informe de agosto del 2015 (31,6 puntos en un rango de 0 a 100) repercutirá en el futuro, pues si no hay confianza la tendencia normal de los hogares es moderar su gasto de consumo, para así estar mejor preparados en caso de tener que enfrentar situaciones adversas en el futuro cercano.
Rumbo indefinido. El nivel de la confianza del consumidor reflejado en la encuesta es el más bajo desde setiembre del 2002, cuando la Escuela de Estadística de la Universidad de Costa Rica empezó a medir la variable.
Solo en otra oportunidad se había llegado a un nivel tan bajo, y fue en el 2008, precisamente cuando el mundo enfrentaba la peor crisis productiva desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado.
En esa ocasión, los Estados Unidos sufrían una fuerte contracción en la actividad económica, al punto que a los años 2008 y 2009 se les conoce como el período de la gran recesión.
Ahora el problema nacional no proviene primordialmente del exterior. Se ha creado internamente, al no tenerse claridad en el rumbo del país ni capacidad manifiesta para definirlo y encauzarlo.
Los resultados de la encuesta son claros. El índice de expectativas económicas, que mide la valoración sobre el futuro económico del país, se ubicó en el nivel más bajo de la serie histórica (29,3).
En palabras de los profesionales de la Escuela de Estadística: “La confianza de los consumidores llegó a niveles de pesimismo porque las expectativas sobre el futuro económico de sus familias, las empresas y del país se deterioraron considerablemente”.
Este deterioro no proviene del temor a una repetición de la gran recesión, aunque el riesgo de que suceda no es cero; obedece más a la gran decepción que se tiene con el rumbo de la administración.
Ojalá las autoridades analicen los resultados de este y otros estudios con humildad, espíritu crítico y sentido de urgencia, y adopten las acciones necesarias para devolver la confianza. Ya no queda mucho tiempo para hacerlo.
Francisco de Paula Gutiérrez es economista.