Hospital Nacional de Niños
El jueves se cumplieron cincuenta años de la organización, en el Hospital San Juan de Dios, de un grupo de damas voluntarias, llamadas “damas gris”, con un sueño: proteger, apoyar y dar seguimiento a los niños enfermos y a sus familias. Desde entonces, han aportado un inmensurable valor, sobre todo, en los escenarios de mayor sufrimiento, abrazando, escuchando y aliviando el duro caminar de nuestros pequeños pacientes y sus familias.
Este sueño llegó más allá, pues un prócer de esta linda patria, el Dr. Carlos Sáenz Herrera, lo concretó con la creación del Hospital Nacional de Niños, el 24 de mayo de 1964, después de un duro flagelo, la epidemia de polio que afectó el país, y reunió todas las voluntades en uno de nuestros más apreciados y emblemáticos símbolos, espacio de crecimiento permanente como seres humanos.
No hay ninguna duda de que este grupo insoslayable de damas gris permitió en esa época crear la plataforma nacional para trascender la institucionalización y el desarrollo organizacional, a veces insuficiente para los más débiles por la carencia de calor humano, y, de esa manera, mostrar una preocupación permanente por los más vulnerables y desposeídos, llegando a transformar el dolor y las lágrimas en genuinas sonrisas, a veces leyéndolas a través de una mirada inocente con una inmensa gratitud .
Hace cincuenta años se estableció el bosquejo de este gran cuadro de la Costa Rica de hoy, diseño visionario de un sistema de salud que es orgullo en el mundo, y que ha privilegiado el tesoro más valioso: los niños, logrando el indicador más bajo en mortalidad infantil de nuestra región
Misión social. El posicionamiento que se ha obtenido de las políticas de voluntariado desde el más alto nivel político; esto es, desde la Presidencia de la República, nos ha permitido concretar el concepto de los griegos, referente a la buena vida en común, a metas de excelencia que potencian con creces la misión eminentemente social y sensible de nuestras organizaciones, y, en el caso que nos ocupa, del voluntariado del Hospital Nacional de Niños.
Poder compartir con cada una de las damas voluntarias en nuestra labor del día a día nos permite, precisamente, eso: transformar esa cotidianidad, inyectando un fluido que revitaliza nuestros corazones y nuestras habilidades en el campo de la medicina, alcanzando ese nivel sublime, ese mágico espacio de comunicación que petrifica, y a su vez ablanda, y que se produce al abrazar, escuchar, amar y, por qué no, a veces llorar con una familia que ese mismo día ha recibido la ingrata noticia de una enfermedad compleja que afecta a un niño.
Esta sinfonía de ángeles que permanecen en el Hospital Nacional de Niños nos permite reinventarnos en la presencia, que no es más que música callada, en los lugares del sufrimiento humano. Se trata de estar ahí, en ese momento, en ese instante en que nos permitimos ser tiernos y poder escuchar la voz de quienes no pueden llorar, voz que se convierte en grito, cuando escapamos a este ruido que se llama modernidad y que opaca, enmudece a los más oprimidos, o a eso que no queremos ver o deseamos que no exista. Balbuceos que se escuchan como el grito, ese que Walter Benjamín refleja en su pintura a propósito del Angelus Novas , de Paul Klee, clamor desgarrador de los excluidos y de los más vulnerables.
Solidaridad. Es aquí donde se organizan los más íntimos fundamentos de la solidaridad, sin ninguna recompensa material, solo la construcción de esta plataforma de altruista labor voluntaria por los que menos tienen, con la enorme satisfacción de recibir una mirada de gratitud de una madre desesperada o la sonrisa de un niño, piedra angular de uno de los más caros principios de nuestra seguridad social: la solidaridad.
Ese escuadrón de la vida hoy se ha ampliado a unas 160 voluntarias, y su campo de batalla es el Hospital Nacional de Niños, pero también han ido más allá de los muros del Hospital para convertirse muchas de ellas en madres sustitutas dentro de sus hogares, brindando un pedacito de alegría a la tristeza de un niño hospitalizado por largo tiempo, al que su mamá no puede visitarlo con regularidad.
Los pasillos del Hospital están llenos de dibujos, llenos de grandes manos que abrazan, guían, acarician y juegan. Uno de esos dibujos tiene además un mensaje: “Cuando mi mama no está, la dama voluntaria me acompaña”. Ángeles de la guarda, dulces compañías, que no los desamparan ni de noche ni de día..
El corazón de estos ángeles no se pudo contener en sus cuerpos y sus vestidos se transformaron en el rojo que hoy conocemos, caminando a la par de nuestro querido hospital, contagiando de ese profundo amor a todos los que, por diferentes razones, nos acercamos a ellas. Y aquellas de estas damas que ya han partido, estoy seguro de que están velando por que los sueños del Hospital Nacional de Niños estén siempre latiendo en todos los corazones.
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