En los albores del siglo XVIII se fundó San José de la Boca del Monte; comenzó con una docena de casas y una ermita, ubicadas al este del Banco Central. En el patio de esta modesta iglesia, comían unos cuantos cerdos. Aquí tuvo su asiento la nueva capital de Costa Rica. Poco a poco se fue poblando el lugar, y vino el “movimiento del oeste”: se traslada la capital de Cartago a la “vieja” San José de la Boca del Monte.
A su vez, fueron tomando entidad comercio, calles, edificaciones, organizaciones políticas, leyes y una tendencia que dura hasta nuestros días: construir a la libre, sin un mayor estilo arquitectónico; lo que se tenga que botar se bota y se reemplaza por una construcción igual o peor, salvo excepciones. Lo que logró subsistir algún tiempo se cambia y va al archivo fotográfico o al baúl de los recuerdos, junto con la ausencia de sentido histórico.
¿Y las calles? Basta con asfaltarlas; las otras se posponen. El cimiento de las primeras vías de comunicación se encuentra en los caminos de las antiguas lecherías y fincas de café y en los senderos de distrito. Los atascos de los carros pueden esperar: la vida continúa: lo viejo no existe; lo antiguo son las iglesias, los hospitales y los bancos públicos.
Salvados el Teatro Nacional y el Correo, demos un salto al siglo XXI, donde sobresalen dos construcciones: el Estadio Nacional y el barrio Chino. Estas dos obras, por contraste, me recuerdan aquellas lacerantes palabras del connotado periodista Enrique Benavides, lamentablemente ciertas: “San José es un pueblón”. Pero hoy es 19 de marzo, día de San José.
Celebración. Si José en hebreo significa “Dios añadirá”, al menos en el cumpleaños de la capital añadamos el propósito de ser mejores costarricenses, como nos pide la vida. Tratándose de añadiduras, un humilde carpintero le añade o pasa a otro su oficio. Lo cuenta el escritor André Frossard: “En tres años, con algunas frases lanzadas al viento de las colinas de Galilea y firmadas por la cruz en el Calvario (la cruz es la firma de los humiles), el carpintero de Nazaret va a cambiar para siempre la faz del universo” ( Los grandes pastores, p.40).
Si queremos, la capital no será el San José de la Boca del Monte sino un centro existencial donde todos vivamos unidos y en paz y libertad.
El autor es abogado.