La crítica constructiva no es discusión, pues esta se convierte en crítica destructiva, en división, en desunión. La crítica constructiva es como el trabajo de un relojero o de un mecánico automotor: descomponen o separan las partes de su objeto, del reloj y del motor, y los vuelven a armar: los recomponen; pero hemos convertido la crítica en discusión, en disenso, en descomponer sin recomponer las partes del ser, de lo discutido. Y esto sucede porque cada quien se prepara con el fin de ganar, no para compartir ideas, posiciones, argumentos y así encontrar una solución al asunto, al problema en estudio.
En el fondo, vamos predispuestos a una “pelea”, a un enfrentamiento y nunca a la recomposición de las partes del ser, a un diálogo, como lo hacen el relojero y el mecánico; porque no somos partidarios del diálogo, sino de la confrontación, sin que predomine el interés por la unión, por el acuerdo.
En cambio, de esa crítica destructiva emerge una convivencia asentada en la hierba invasora del indiferentismo y en una libertad ajena a la responsabilidad, cansado el pueblo de la falta de acuerdos y por la profusión de discusiones.
Burocracia. Ejemplo de esta materia remediable lo tenemos en muchos campos: las posposiciones, el nombramiento de comisiones, las excusas frente a los atrasos, la objeción a toda medida administrativa, el archivo de propuestas de los técnicos y de personas experimentadas.
Todos estos temas son materia de corrección con miras a la mejora del país y de hacer menos tensa a imprevisible la convivencia. Estamos cansados de debates y discusiones sin acuerdos.
De triunfar la crítica constructiva, ese día será “la hora omnipotente del encuentro”, como lo canta el poeta Néstor Mourelo. Y ese día, ya más unidos, sin predominio de la crítica negativa, vendrá la suprema transformación, personal y colectiva. O sea, el triunfo de la crítica constructiva. Volvamos a ella. El pueblo se cansa, se agota, cuando el tiempo se gasta en discusiones y ofrecimientos; cuando las propuestas se incumplen o medio se cumplen los proyectos, o no se aprovechan los préstamos.
Después no cabe quejarse del indiferentismo y de la apatía hacia las distintas propuestas políticas. No es haciendo simples promesas de campaña como se atrae a los votantes, sino llevándoles proyectos concretos, realizables.
Cuando Sancho Panza regresa a su pueblo, dijo: “Abre los ojos deseada patria (…) y recibe también a don Quijote, que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede”.
Luchar y vencer el indiferentismo, la pereza y el desánimo; luchar por la verdad, la justicia social y la patria, reafirma esta célebre frase de Sancho. Mucho le convendría al país, individual y colectivamente, defender la crítica constructiva.
El autor es abogado.