Dos procesos de diálogo arrancaron simultáneamente a partir del 1.º de mayo: uno en la sede del Ejecutivo, convocado por la presidenta, con la presencia de las jefaturas de fracción; otro en la sede del Legislativo, entre los jefes de bancadas y el presidente del parlamento. Ambos buscando el mismo propósito, tratar de llegar a acuerdos sobre la agenda legislativa.
Los resultados alcanzados hasta el presente son pocos halagadores, lo que obliga a cuestionarse si el camino y la metodología empleados son las mejores opciones de cara a reorientar la ruta parlamentaria en esta última legislatura.
Los encuentros en Zapote, que más que sesiones de negociación fueron citas con agenda abierta, devinieron en diálogos en los que la presidenta planteó los intereses y proyectos de Gobierno para su último año, y los jefes de fracción hicieron lo propio con los asuntos de mayor prioridad para sus respectivas bancadas.
Al final, nada. No hubo acuerdos, no hubo compromisos, simplemente cada una de las partes se dio por enterada de las prioridades del otro, y punto.
En Cuesta de Moras tampoco se ha avanzado. Básicamente el presidente y los jefes de fracción convinieron en su primera cita en darle seguimiento a la agenda pactada semanas atrás, donde la mayoría de los proyectos en debate son de carácter local o de interés de sectores. Es decir, no es la agenda fuerte que el país está reclamando.
No es la primera vez que esta dualidad de procesos coinciden en el tiempo, ni tampoco es la primera vez que se alcanzan escuálidos resultados, y la responsabilidad sigue descansando en la manera como el Poder Ejecutivo encara estos encuentros.
La verdad que sentarse a conversar, un día con unos y otro con otros, sin el propósito de amarrar acuerdos, tiene mucho de encuentro social, pero demasiado poco de negociación política, y en resumidas cuentas no se avanza nada.
En cualquier circunstancia, pero sobre todo cuando se inicia una legislatura, y esta es la última, se supone que se deben tomar todas las previsiones del caso para que, cuando la presidenta se reúne con las jefaturas legislativas, salga algún producto concreto, aunque este no satisfaga las expectativas de todos los concurrentes. Hablar por hablar es muy poco productivo.
Lo mejor hubiera sido que la presidenta convocara a jefes y subjefes al mismo tiempo, para debatir colectivamente inquietudes de los concurrentes y, en ese espíritu, sacar algunos productos de interés común que pudieran definir las prioridades para la marcha del parlamento, complementadas con iniciativas particulares de las bancadas que estuvieran en un estado avanzado en su trámite parlamentario.
Llegado a ese punto, correspondería al Ministro de la Presidencia convertirse en celoso garante del avance de esa agenda, manteniendo una permanente comunicación con las bancadas para darle continuidad al proceso.
Hasta donde sabemos, nada de eso se ha dado, lo que hace suponer que el Ejecutivo nuevamente privilegiará su estilo de hacer negociaciones por separado y hasta de manera individual con diputados para conquistar votos a favor de sus proyectos de interés.
Por otro lado, todas las semanas e incluso todos los días por la vía de las posposiciones, los jefes de bancada buscarán construir agendas de consenso, a partir de sus propias iniciativas, con resultados inciertos.
Resulta cuando menos dispendioso ocuparse de agendas parlamentarias en dos foros diferentes, que actúan de espaldas entre sí, y en donde en uno de ellos solo se habla y no se negocia. Por otra parte, rellenar el orden del día parlamentario con proyectos de limitada trascendencia e impacto contribuye a atender necesidades inmediatas de la población, pero no son los grandes temas que deben ocupar lugar prioritario en el quehacer legislativo.
La ausencia de claridad de metas del Ejecutivo, su incapacidad para estructurar senderos de negociación política provocará que, indefectiblemente, las bancadas y los diputados individualmente busquen los mecanismos que consideren más idóneos para abrirle paso a sus proyectos, y están en pleno derecho de hacerlo.
Todavía hay tiempo para rectificar, pero no basta simplemente con declarar públicamente disposición al diálogo. Hablar por hablar no conduce a ninguna parte. El diálogo, para que sea fecundo, debe materializarse en propuestas concretas, tanto del Ejecutivo como de los diputados, que a su vez condicione la estructuración de una metodología y un cronograma que le garantice a todos los concurrentes la posibilidad de que sus iniciativas sean debatidas, y eventualmente convertirse en leyes de la República.