Impresionado por los avances de algunos países vecinos, decía el reformista chino Deng Xiaoping: “No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”. Una frase que posteriormente inspiró las transformaciones aperturistas de ese país, y que hoy hacen de la República Popular China una de las grandes locomotoras de la economía mundial. Pero cabe preguntarse: ¿Las políticas públicas que han permitido el crecimiento económico de ese gigante han estado, en verdad, desprovistas de un contenido ideológico?
En nuestro contexto, aquella metáfora fue retomada por el expresidente Óscar Arias (Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, 2009) para elevar al nivel de deidad una corriente de pensamiento (¿ideológica?) que insinúa las virtudes del “pragmatismo” como condición para el desarrollo, frente a los cepos ideológicos tradicionales.
Ciertamente atravesamos por un momento histórico en el que la polarización ideológica retrasa la toma de las decisiones, pero, en la ansiedad por obtener respuestas oportunas, no se puede soslayar que aquella “visión pragmática” juega y participa dentro de un escenario de confrontación política, intentando posicionarse como dominante.
Un tufo de intolerancia ideológica se escapa cuando se es incapaz de aceptar que hay quienes piensan en forma diferente, y de arrogancia intelectual cuando se llega a concebir que el único camino que existe para el desarrollo es el “pragmatismo”, y, más aún, cuando “soy yo” quien define los alcances de tan impreciso concepto.
Me surgen algunas preguntas: ¿No es el pragmatismo una corriente ideológica en sí misma? ¿Cómo concebir la sociedad y las relaciones entre sus miembros sin un componente ideológico? ¿Es posible en un mundo como el actual (o en cualquier contexto de espacio y tiempo) encontrar una corriente de pensamiento “químicamente pura”, frente a la contaminación ideológica? ¿Cómo obviar los relativismos culturales?
Cambio permanente. Como cualquier producto histórico, las ideologías mutan permanentemente. Quizá el meollo del asunto no está en descubrir las virtudes del “pragmatismo”; sino en construir un modelo ideológico que brinde cohesión en el marco de una sociedad desigual y diversa, la que a su vez es parte de una aldea global que no termina de definir sus rasgos distintivos. Ese es el gran desafío contemporáneo.
Sirva esta reflexión inicial para relacionar este tema con la posibilidad de la integración de una coalición de partidos políticos para enfrentar en las próximas elecciones una maquinaria electoral liberacionista formidable, pero carente de un proyecto político-ideológico inclusivo e integrador, e incapaz de cohesionar en una sola unidad los retazos de un tejido social bastante maltrecho.
Reiteradamente se viene escuchando en el discurso de los líderes de los distintos partidos de oposición la necesidad de integrarse en una coalición o alianza para tener alguna posibilidad de éxito en las próximas elecciones, pero sin presentar a la ciudadanía un proyecto concreto y alternativo al del desgastado PLN. Se le da prioridad al método de escogencia del candidato, y no a la propuesta política. No debería existir duda: primero se debe tener claro para qué se quiere gobernar y, posteriormente, explorar la posibilidad de una alianza.
Cabe preguntarse: ¿Es la coalición un fin en sí misma? La respuesta debe ser negativa, salvo para quienes conciben el acceso al poder como el fin último de su lucha política. El cortoplacismo electorero debe ser erradicado. Derrotar a Liberación Nacional no debe convertirse en “leitmotiv” de la acción política de la oposición. ¿De qué vale cuerpo sin espíritu? ¿Se trata simplemente de ganar por ganar?
Definir una plataforma programática común no es garantía de éxito, y resulta insuficiente para un buen gobierno, si no existe un sustento ideológico que logre articular una propuesta política de base amplia. No se trata de esbozar un proyecto electoral de oposición sobre la base de un listado de temas urgentes que atender; se trata de construir un “Proyecto Político” (así con mayúscula) de mediano y largo alcance: ¿Habrá tiempo para ello? La inmediatez egoísta de una aspiración electoral nunca deberá estar por encima de un interés colectivo de reconstruir un país y modernizar sus instituciones.
Cualquier propuesta programática que pueda ser viable conlleva necesariamente una valoración ideológica, a menos que se incurra en el error de caer en un nivel de generalidad en la que, incluso, don Óscar Arias y don Ottón Solís podrían ponerse de acuerdo sin ningún problema. El sustento con el que se debe abordar el discurso político no es el “qué” vamos a hacer, sino el “como” lo vamos a hacer, y en esto último siempre el criterio ideológico jugará un papel importante y, por lo tanto, debe considerarse.
A manera de ejemplo, todos coincidimos en la necesidad de modernizar la infraestructura del país, pero cómo lo hacemos: ¿utilizando el mecanismo de la concesión de obra o volviendo a las antiguas prácticas en las que el Estado directamente ejecutaba las obras a través del MOPT? ¿Acaso la respuesta a esta pregunta, cualquiera que sea, no conlleva una valoración ideológica? ¿Importa el color del gato?
Afinidad ideológica. Resulta primordial, entonces, antes de plantearse la posibilidad de la conformación de una alianza electoral y su base programática, considerar si existe algún grado de afinidad ideológica o una visión de proyecto país al menos lo suficientemente compatible. Hacer lo contrario es poner la carreta delante de los bueyes, es generar expectativas falsas en una colectividad costarricense ávida de respuestas a sus demandas.
Si este elemento ideológico no se considera, desde un inicio se corre el riesgo de caer en contradicciones internas que, a la larga, aborten el proyecto de oposición, desaprovechándose entonces una oportunidad histórica de los partidos políticos para reivindicarse, aumentando la frustración ciudadana, la desconfianza en los partidos y sus dirigentes, y, con ello, la ingobernabilidad de un país ya de por sí afectado por este problema.
Ejemplo vivo de lo anterior es la fallida “alianza parlamentaria” de mayo del 2011: un sancocho ideológico improductivo. Se logró lo inmediato (Presidencia legislativa), pero lo mediato y trascendente quedó en nada. Más bien, afloraron una serie de contradicciones de tipo ideológico y de intereses partidarios, cuyo único resultado fue frustrante para todos, salvo para un desconocido que, gracias a ello, tuvo su grado de notoriedad y hoy es precandidato en el PAC.
Aprendamos de la historia: ¡el color del gato sí es importante!