Cómo se mide la claridad intelectual. Personalmente, pienso que es un proceso complicado, pero no por ello imposible, sobre todo cuando se valoran los resultados de una determinada gestión. Pero también admito que es algo temerario emitir juicio sobre una supuesta falta de claridad intelectual cuando la subjetividad es la que prevalece.
En el mundo de la política, por ejemplo, siempre tiene lugar la discusión aquella de qué es lo mejor para el país, si la experiencia o la intelectualidad. A mi juicio, debe existir un cierto equilibrio, sobre todo considerando que nadie tiene la verdad absoluta de las cosas.
De lo que sí estoy totalmente convencido es de la triste existencia de los falsos intelectuales, es decir, de aquellos que piensan que poseen absolutamente el criterio de la verdad, y en lugar de poner sus capacidades al servicio del país, lo único que evidencian es una demostración de desplante insolente hacia los otros, a través del desdén y el desprecio materializado en una agresión, donde lejos de generar credibilidad sus críticas se agotan en el vacío más estéril. De estos falsos intelectuales, es mejor no ocuparnos, pero de que hacen daño a la nación, lo hacen, y mucho.
Estoy de acuerdo que la capacidad intelectual en la función pública es una condición fundamental para la gobernabilidad de una nación, pero es sumamente superficial afirmar que en un gobierno existe falta de claridad intelectual solamente porque a uno no le parezca bien un determinado proyecto de ley.
Es casi como decir que no hubo claridad intelectual en el manejo de la emergencia del terremoto de Cinchona, la apertura de la ruta a Caldera o el manejo de los fondos del BCIE en materia de consultorías, solamente porque hubo sectores, incluyendo la prensa, que realizaron fuertes críticas al gobierno de entonces en el manejo de estos asuntos.
Todos en este país podemos criticar la labor del gobierno, no solo como un derecho constitucional, sino también como un deber cívico. Pero en todo momento debe prevalecer el buen juicio. La nobleza, que es parte de la intelectualidad, permite una crítica sana, aún cuando el gobierno tome las decisiones que uno no comparte. Gobernar no es una tarea sencilla, y mucho menos cuando se deben afrontar problemas heredados de otras administraciones, especialmente de carácter fiscal.
Bien nos enseña don Enrique Obregón Valverde que el Presidente de la República demuestra sabiduría si nombra a un buen equipo de gobierno, aunque no siempre ha de ser de los más brillantes profesionales. Como advierte don Enrique, es posible que no todo intelectual destacado califique para la política, así como un ciudadano que tenga experiencia, sin haber pasado jamás por la universidad, puede ser un gran funcionario público. Personalmente, admiro a doña Laura porque fue capaz de conservar en su Gabinete a varios de los ministros del gobierno pasado, y como una auténtica estadista, supo valorar la probidad y la intelectualidad de todos ellos.
En mis clases de la universidad, siempre recalco en mis estudiantes el valor de la intelectualidad al servicio del país. Insisto mucho en el estudio y en el grado de compromiso de la juventud por los asuntos de interés nacional. También les enseño el valor de la autocrítica, porque esta es más fructífera. Pero lo que más trato de enseñarles es que en una democracia debemos ser tolerantes, proactivos, responsables y solidarios.
El país necesita gente buena y comprometida, gente estudiosa y bien intencionada; necesita gente humilde que ponga su sapiencia al servicio del país.