En tanto Costa Rica pierde posiciones en el Informe PISA 2015 de la OCDE, Castilla y León –una autonomía española– registra resultados, en las tres materias evaluadas, iguales o superiores a Singapur, Japón, Canadá, Finlandia o Corea del Sur, que son, como se sabe, las naciones con los mejores resultados del informe. Y así ha sido en los últimos quince años.
La pregunta es cuáles son los factores para que esa autonomía obtenga resultados muy superiores al resto de España y se ubique al nivel de los mejores países del mundo.
No es solo cuestión de plata. Castilla y León es una autonomía de renta media; la inversión que realiza en educación está por debajo del promedio nacional español y el 33% de sus escuelas son rurales. Sin embargo, obtiene los mejores resultados medidos a escala global. Es la mejor en ciencias y comprensión de lectura y la segunda en matemáticas.
Consultado sobre el porqué del éxito, el consejero regional de educación, Fernando Rey, afirma que lo que hacen es aplicar seriedad, rigor y trabajo de manera sostenida en el tiempo.
Seriedad, rigor y trabajo son, para una buena parte de la burocracia costarricense, malas palabras; en Castilla y León, por el contrario, son exigencias cotidianas.
Educar con calidad. Pero, detrás de ese éxito hay más: el promedio es de cuatro estudiantes por docente, de manera tal que, incluso en las escuelas rurales, los grupos son pequeños y los alumnos reciben clases como si de un centro privado se tratase. Sin embargo, la clave parece residir donde debe residir: el alto nivel de calidad y exigencia en la formación de los docentes.
En Castilla y León existen tres centros en la formación continua del profesorado: uno especializado en tecnologías de la información –por donde pasan todos los docentes–, otro especializado en el aprendizaje por parte de los profesores de, al menos, un segundo idioma y otro destinado a la preparación de los altos cargos del sistema como inspectores, supervisores y asesores.
Finalmente, el otro componente que puede explicar el éxito lo constituye la elevada implicación de los padres y madres en el proceso educativo. Existe una Federación Regional de Padres de la Educación Pública y un Consejo Escolar Regional en donde se discuten –de igual a igual con las autoridades educativas autonómicas– los planes, métodos y recursos para dicha educación.
A diferencia de nuestro país, en Castilla y León los padres y madres sí son importantes y respetados por las autoridades educativas.
Costa Rica también podría. Habida cuenta de que nosotros invertimos en educación un porcentaje mayor del PIB al que invierte Castilla y León en su educación pública, estoy seguro de que Costa Rica también podría lograr, con creces, resultados similares o superiores a esa autonomía.
Claro que para ello habría que darles una formación excelente y exigente a nuestros educadores –cosa que allá sí se hace y aquí no–, bajar la ratio estudiante-profesor para elevar el nivel de personalización educativa e incorporar, como parte del proceso educativo, a la familia del alumno –cosa que allá se hace y aquí es mala palabra–.
Como dice el ya citado consejero regional de educación –una especie de ministro de Educación de esa autonomía– no es cuestión de fórmulas mágicas puesto que se trata, dice Rey, de “simple sentido común”, que, agrego yo, aunado a la seriedad, rigor y trabajo sostenidos y a la formación excelente y exigente del profesorado dan como resultado el éxito. Que se puede, se puede, pero para eso hay que querer poder.
El autor es abogado.