Mediante escritura pública donó a la Universidad el contenido de la biblioteca que tenía en su casa, incluyendo manuscritos únicos en ediciones originales. Por ejemplo, toda la edición de Luis de Góngora, de 1664; Los trabajadores del mar , de Victor Hugo, con anotaciones marginales hechas por el autor, con fecha de 1886; ediciones originales de las obras de Quevedo, Verlaine, Lope de Vega y Alejandro Pushkin; prosas y rimas líricas de Dante, impresas especialmente para la emperatriz de Rusia, Elizabeth Petrovna; manuscritos de Luis XVI, Victor Hugo, Gustave Flaubert, Paul Verlaine, Rimbaud y Marcel Proust. Se incluían también El romancero gitano , autografiado por su amigo García Lorca, dos ediciones de Aldus (el impresor que inventó la letra cursiva), poemas de Lorenzo de Médicis, poemas de Petrarca, publicados dos años después del descubrimiento de América, una primera edición de Otello , y poemas originales de Victoria Colonna.
Por si fuera poco, Neruda donaba su obra personal en todas las ediciones y traducciones ya hechas, todas las que se hicieran en lo sucesivo, hasta su muerte y después de ella, y su querida colección de caracoles que durante tantos años lo acompañó. Esta decisión la tomó el poeta cuando volvió del destierro y encontró su biblioteca encajonada, entumecida y como muerta.
Quince años después, Neruda mostraba pena y dolor por la donación hecha, pues nadie había vuelto a ver sus libros ni sus caracoles, como si se hubieran vuelto a las librerías o al océano. Cuando preguntó qué les había pasado, le dijeron: “Por ahí están, en unos cajones”. Esto le llevó a cuestionarse: “¿No me equivocaría de universidad, no me equivocaría de país?”.
Hoy, cuando la tecnología nos presenta el libro electrónico junto al de papel, debemos meditar sobre qué destino queremos darles a nuestros volúmenes, y si pasarán al simple reciclaje o a llenar fríos cajones en alguna biblioteca.