De repente, ante los ojos atónitos del colega y de los mismos estudiantes, uno se levantó y espetó que no tenía nada que aprender de esos hijos de los depravados colonizadores. Ya está: a diferencia de Las Casas, Rousseau y tantos otros que describieron al “buen salvaje”, el colega Hernán, español y profesor de filosofía, debe haber concluido que, en la expresión del título, sobra el adjetivo.
Lo estoy secundando en su callada desesperación. Resulta doloroso constatar cómo subsisten la xenofobia y el racismo, productos, lisa y llanamente, de la ignorancia. Cunde la mentalidad del simple, para no decir idiota, que generaliza y solo maneja estereotipos.
Existe algo llamado “anacronismo”: no se puede juzgar con el mismo criterio de hoy hechos de hace quinientos años, en marcha atrás. Faltaban siglos para que apareciera siquiera el concepto de “derecho humano”, que no tiene ni cien años.
Como ciudadano belga, ¿debo odiar a muerte a todos los italianos porque un hijo suyo, el romano Julio César, subyugó a mi pueblo de manera cruel (llamándolos “los más salvajes”)? En aplicación, en América Latina ¿no es que Hernán Cortés, su émulo, conquistó Tenochtitlán explotando las rivalidades entre pueblos indígenas, uno más cruel que el otro? Moctezuma no vivía tomando chocolate: entre su gente había hasta antropofagia.
Con Gustavo González V., Mariano Fazio, entre otros, concuerdo en que la conquista en el Nuevo Mundo fue despiadada, como lo han sido todas las guerras, pero también fue nacimiento: dejemos esa simplista idea de “los buenos”, “nosotros” (que, por cierto, nos enorgullecemos de ser tan blanquitos), contra los malos, los europeos todos, los españoles en particular.
De seguir en esa “lógica”, víctima de la violencia teutónica en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, mi pobre madre habría tenido que odiar hasta la muerte a todos los alemanes. Pues no: cultivemos las diferencias, ahondemos en distintas visiones del mundo. ¿La democracia es una creación indígena? El comunista Neruda invita a “subir a nacer” en la lengua de Cervantes (y ojalá aprendamos por lo menos otra).
Pureza puede ser pobreza: ese estudiante mediocre (me cuentan que es representante estudiantil…) parece hijo de aquel del bigotín, Hitler, con su cuento apocalíptico de la raza superior. ¿No se ha comprobado con creces que las razas se fortalecen por el cruce, que las culturas se enriquecen con la confrontación?
Enseñada a pura etiqueta, a puro blanco y negro, en vez de liberar, la historia encadena, vuelve “salvaje”. Yo también he sacado muchas lecciones de ese librito, Visión de los vencidos , que me regaló Hilda Chen Apuy; aprendí montones con Las venas abiertas de América Latina y, en Costa Rica, descubrí que Leopoldo II, rey de los belgas, no era tan humanitario como nos habían enseñado en las bancas…
Sin embargo, muchos estudiantes actuales, con excesiva facilidad, se dejan embaucar por la demagogia barata, tipo Morales y Chávez, “ejemplos” al sur.
Estudiemos el pasado, pero para sobreponerse a él: que este salvaje de nuevo cuño deje su discurso barato, viaje en profundidad, más allá de Miami, a través de los libros y la Internet que sea, bien utilizados, y, además, agudice su criterio para superación de la especie.