Nos escapamos otra vez, al menos en el Valle Central. Tengo bien presente el ajetreo
de hace 28 años, con el huracán Juana. Ahora, con ese Otto, no es que no pasó nada (hubo diez muertos), pero por pura chiripa los del Valle Central nos salvamos otra vez. No es para que nos creamos inmunes: nuestro país sigue en el mismo lugar y el cambio climático, perdone Mr. Trump, que se viene, se viene; mejor dicho, ya se vino.
Se agradece la labor desplegada por múltiples instancias, las medidas tomadas ante la inminencia, pero los daños causados por el huracán se habrían podido aminorar, aún más, con algo que en el país siempre grita por más: la previsión.
Japón y Cuba dan lecciones de educación cívica al respecto. No se puede prever aquello, pero sí se puede, se debe estar prevenido. Precaver es mejor que cavar nuestra propia tumba. Un desastre, en realidad, en este país dizque ecológico que no cuidamos de verdad el ambiente.
Deforestación. Vale insistir en la importancia directa del árbol como tal. Pero en mucha gente prevalece todavía la mentalidad de antes cuando se consideraba un terreno “limpio”, sin árboles, más valioso que uno con árboles: ello contribuyó enormemente a deforestar Guanacaste y a desproteger las riberas de los ríos, a tener peladeros por tantas partes.
Pensemos en Haití, caso dramático de un país devastado ¿para siempre? por la deforestación. No soy experto dendrólogo y tampoco ingeniero forestal, pero he podido comparar: el parque del Retiro, por la Granja, no es sino un pálido reflejo del parque del Retiro, en Madrid.
Contrario a los parques europeos y en Norteamérica, aquí se los prefiere de escuálida densidad, sin que el follaje arriba permita sombra abajo y hábitat para fauna, arriba.
De paso, felicitaciones para los esfuerzos de implantación de arboledas endógenas, no solo en el citado Retiro, nuestro, sino en todo el país, con la fantástica labor de BioLand: es sembrar futuro.
Por eso reitero mi ruego a la Municipalidad de Montes de Oca para que tome como ejemplo lo que vi en Mendoza, Argentina: esos castaños en las principales calles y avenidas contribuyen al encanto de esa ciudad, fresca, olorosa, acogedora.
Aquí, ya quisiera ver alrededor del llamado parque Roosevelt lo mismo, con árboles nativos, respetando las veredas, evidente, pero por favor saliendo de ese peladero de cancha tan subutilizada. Vale la pena recordar que sin árboles de verdad todos vamos al barranco.
Tradición. Pero por aquello de “buena sombre nos cobija”, en esta época y en toda la vida, vale la pena ver aquello también en figurado.
Esta época navideña, aguada de su significado original, desde setiembre a diciembre para muchos, quién sabe si no la mayoría, no constituye sino una excusa para la compraditis aguda que nos aqueja.
Pero ya por suerte se ven más árboles artificiales, menos foresta truncada, botada después de la fiesta de la oficina.
En Madrid y en Cataluña se ven “árboles de deseos”, de esos coníferos llenos de frases bonitas, alejadas ya totalmente de trascendencia espiritual; igual en el Colegio de Ingenieros y Arquitectos y tantos negocios, que por un concepto algo cobarde de lo “políticamente correcto” reducen su decoración de Navidad a un árbol: inversión total.
El autor es educador.