El 2 de mayo de 1945 finalizó la batalla por Berlín y los soviéticos tomaron control de la ciudad.
De inmediato, las fuerzas rusas desmantelaron las industrias y las enviaron a su país. Miles de personas se refugiaron en la ciudad buscando sobrevivir.
Las relaciones entre las fuerzas de ocupación empeoraban y el 26 de junio de 1948, los soviéticos cerraron el acceso desde el oeste y, con ello, el suministro de alimentos. Con un inmenso esfuerzo, el general Clay logró reunir suficientes aviones DC-3 para alimentar a la ciudad dividida. Cada tres minutos aterrizaba un avión cargado de carbón o comida.
Surgió la historia de los chocolates lanzados en paracaídas. Los niños berlineses los esperaban a diario con los brazos abiertos. Los berlineses empezaron a entender quiénes eran los opresores y quiénes eran sus amigos.
Un año después, el bloqueo fue levantado.
El 17 de junio de 1953, obreros de Berlín Oriental hicieron huelga por mejores condiciones laborales. El movimiento se extendió por diferentes partes de Alemania del Este. Como la policía no lo podía controlar, el temido Ejército rojo lo hizo con 153 muertos de bala. Ante el éxodo de trabajadores que huían del paraíso de los trabajadores, el 13 de agosto de 1961 empezó la construcción del “muro de protección antifascista”, o sea, el triste Muro de Berlín.
El 27 de octubre siguiente, las tensiones llegaron al punto de un enfrentamiento de tanques rusos y americanos en Check Point Charlie. ¡Los ciudadanos berlineses vivían en constante temor! Berlín se volvía un emporio capitalista inmerso en un satélite comunista. Al menos 5.000 huidos lograron su libertad venciendo el muro, pero muchos más murieron en el intento. Ante esa incertidumbre y el miedo constante, el joven presidente Kennedy, de 46 años, llegó el 24 de junio de 1963. Le quedaban cinco meses más de vida.
Cuatrocientos mil ciudadanos lo recibieron frente a la Alcaldía y acompañado por Willy Brandt y el Canciller Konrad Adenauer, declaró: Hay gente que dice que el futuro es del comunismo. Dejen que vengan a Berlín. Hace dos mil años el grito más orgulloso era “yo soy un romano”.
Hoy, en el mundo de la libertad, la declaración más orgullosa es “ich bin ein Berliner”. Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. ¡Y, por lo tanto, como hombre libre, yo con orgullo digo estas palabras… “ich bin ein Berliner”!
Ya han pasado 50 años desde ese momento inolvidable. El muro fue desmantelado y una de sus piezas se exhibe en los jardines de la Casa Amarilla, en San José, como un recuerdo del precio de la libertad.
La libertad es un derecho universal. Hoy, Berlín es de nuevo la capital cosmopolita y libre de la República Federal de Alemania.