El 19 de diciembre de 1990, en un artículo de portada titulado "Negocio de MIT con Japón despierta temores de competencia", el diario The New York Times acusó al Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), de venderse a los japoneses. La noticia se refería a la donación que hizo un industrial japonés en 1986 a su alma máter, para proveerle la semilla de la investigación básica en medios de comunicación nuevos, mediante una afiliación de cinco años de duración.
Créame, usted no desearía aparecer en la portada del The New York Times. Nunca había notado cómo tal aparición se convierte en noticia por sí misma, ni cómo sirve de fuente para tantas noticias subsiguientes. El diario Newsday publicó una semana después un editorial basado en el artículo del Times, titulado "Adiós, adiós alta tecnología", sin confirmar ninguno de los detalles.
El grado de nacionalismo científico en Estados Unidos alcanzó el máximo nivel de expresión en 1990. En esa época, la competitividad norteamericana se desmoronaba, el déficit aumentaba, y ya no éramos los número uno en todo. Los editoriales imploraban: por amor a Dios, Nicholas, no le cuentes al mundo cómo crear programas, especialmente software de multimedios, área en que Estados Unidos fue pionero y domina en la actualidad Bueno, hoy nada de esto aplica; hoy el acceso a la computación no está limitado a las grandes instituciones y países que tienen poder económico. Lo que más me molestó fue la noción de que las ideas se deben tratar como repuestos para automóviles, sin ninguna comprensión sobre su procedencia o evolución.
Irónicamente, este caso de comportamiento aparentemente antipatriótico se refirió al sector de productos eléctronicos para consumidores, campo abandonado por la industria estadounidense hacía ya mucho tiempo. La compañía Zenith, uno de los críticos más vociferantes en ese momento, ni siquiera produce televisores en los Estados Unidos, mientras que Sony manufactura productos en San Diego y Pittsburgh que se venden en el mercado interno y se exportan alrededor del mundo. ?No les parece extraño?
Lo condenan si lo hace, lo condenan si no. Cuando formulé la pregunta "No es mejor crear empleos (como Sony) que ser dueño de fábricas en otros países (como Zenith)?", algunos de mis más distinguidos colegas en MIT respondieron que la propiedad es poder y que con el tiempo los japoneses se quedarían con todos los "buenos" empleos y dejarían solo puestos triviales en Estados Unidos. Pensé seriamente sobre este razonamiento. Poco después la prensa norteamericana criticó a la corporación NEC (de origen japonés), por establecer un laboratorio de investigación básica en Princeton, Nueva Jersey, donde 100 personas (95 por ciento de ellas ciudadanos estadonounidenses) se dedican a "buenos" trabajos en la ciencia básica.
Ahora bien, eso también era nocivo, tal vez peor, porque Japón se llevaría nuestras habilidades creativas, quedándose con la gallina y con los huevos de oro. !Esto es ridículo! Las ideas nuevas surgen de las diferencias. Llegan cuando se tienen perspectivas diferentes y se yuxtaponen teorías diferentes. El peor enemigo de la innovación es el incrementalismo. Los nuevos conceptos y los grandes avances provienen, en un sentido muy real, de tiros de "media cancha", de una mezcla de personas, ideas, antecedentes y culturas que normalmente no se mezclan. El paisaje global es, por esta razón, el campo más fértil para las nuevas ideas.
Investigación casera global. En el pasado reciente, ser grande era prerrequisito para ser global. Esto se aplicaba a los países, a las empresas y, en cierto sentido, a las personas. Las grandes naciones se encargaban de los pequeños países, las multinacionales eran solo las enormes corporaciones, y los ricos la gente internacional. Hoy está cambiando este paradigma y este cambio tendrá un enorme efecto en la balanza comercial de las ideas. En el mundo digital, el mundo de los bits, uno puede ser pequeño y global al mismo tiempo. Al inicio de la era informática, muy pocas instituciones contaban con herramientas, como los aceleradores lineales, con qué pensar. Muchos de los actores eran deudores de aquellos que podían pagarse el lujo de hacer ciencia. Eran precaristas de la investigación básica efectuada por los que tenían el equipo requerido para llevarla a cabo.
Hoy, un computador personal Pentium de 100MHz cuesta alrededor de $2.000 y tiene más poder que la computadora central que tenía el Instituto MIT cuando yo era estudiante. Adicionalmente, hoy se produce tanto equipo periférico a precios al alcance del consumidor, que cualquiera puede participar en el terreno de los multimedios y de las interfaces ser humano-computador. Esto significa que los individuos e investigadores de los países en desarrollo pueden ahora contribuir directamente al acervo mundial de ideas. El ser grande no importa. Es por estas razones que, hoy más que nunca, debemos de intercambiar ideas, no confiscarlas.
Reciprocidad en Internet. Internet hace imposible imponer el aislamiento científico, aunque existan gobiernos que lo deseen. No tenemos más alternativa que ejercer el libre comercio de ideas. Una vez me enojé con aquellos que pregonaban que el dinero que los estadounidenses pagaban en impuestos para financiar investigación básica debía destinarse a compañías estadounidenses, y me enojé aún más cuando asomó la fea cabeza del racismo. Era aceptable hacer negocios con RCA (100 por ciento propiedad del Gobierno francés), pero inaceptable colaborar con las compañías japonesas que conocen mucho más que nosotros de productos electrónicos para consumidores.
Mi visión del problema es ahora diferente. Internet ha forzado un intercambio tan abierto, con la anuencia o no de los gobiernos, que la carga recae sobre los otros gobiernos, especialmente los de países en vías de desarrollo, de cambiar sus actitudes. Los países recientemente industrializados no pueden ya pretender que son demasiado pobres para contribuir recíprocamente con ideas elementales, audaces e innovadoras.
Antes de que existiera Internet, los científicos compartían su conocimiento a través de publicaciones eruditas que con mucha frecuencia publicaban los artículos hasta un año después de recibidos. Ahora que las ideas se pueden compartir en forma instantánea en Internet, es aún más importante que los países del Tercer Mundo no sean deudores de ideas; deben contribuir al acervo científico de conocimiento humano. Ya no puede uno simplemente excusarse de ser un acreedor de ideas porque le falta desarrollo industrial. He oído a mucha gente fuera de Estados Unidos decirme que son demasiado pequeños, demasiado jóvenes o demasiado pobres para efectuar cualquier investigación "real" de largo plazo. Al contrario, me dicen, un país en vías de desarrollo solo puede extraer del inventario de ideas de los países ricos. !Basura! En el mundo digital no deben existir naciones deudoras. El pensar que no se tiene nada que ofrecer es rechazar la economía de ideas que se aproxima.
En la nueva balanza comercial de ideas, actores muy pequeños pueden contribuir con ideas muy grandes.
-Nicholas Negroponte es director del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts