Como respuesta al liberalismo clásico predominante en tiempos de la primera revolución industrial, en el siglo XIX, surgieron tres grandes corrientes ideológicas: el socialcristianismo, la socialdemocracia y el comunismo. Conforme se fueron expandiendo por Europa y, más tarde, por América, cada una de ellas se organizó en la forma de una “internacional”.
Así, aparecieron la Internacional Socialista, la Internacional Comunista y la Internacional Democratacristiana –con su filial en América conocida como Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA)–. Cada una, bajo sus propios términos y con sus propios objetivos, reunió a los partidos afines de todo el mundo.
En buena parte del siglo XX, esas tres ideologías, materializadas en organizaciones partidarias nacionales y una internacional para cada una, fueron las predominantes en Europa, América y, en menor medida, en Asia y África.
Sin embargo, en el último cuarto del siglo XX, el comunismo periclitó víctima de su propia contradicción entre la “democracia de los sóviets” y la burocratización de sus partidos. En tanto la socialdemocracia y el socialcristianismo perdieron el norte y se quedaron, en todo el mundo, sin saber hacia dónde dirigirse.
Declive. El neoliberalismo, el Consenso de Washington, la obsolescencia ideológica de las organizaciones y la corrupción de no pocos de sus líderes debilitó en grado extremo a las organizaciones nacionales lo mismo que a sus “internacionales”.
Se habló, entonces, de la muerte de las ideologías y, en no pocos sectores, se celebró esa “muerte” por considerar que tales ideologías se habían convertido en credos casi religiosos, según los cuales, si la realidad contradecía las ideologías, peor para la realidad.
No obstante lo anterior, a pesar del descrédito de las ideologías, el neoliberalismo intentó ocupar, apenas al inicio de la segunda mitad del siglo XX, el espacio de las corrientes decimonónicas y fundó, con poco éxito, su propia Internacional Liberal.
No obstante, la muerte del comunismo y el debilitamiento y obsolescencia de la socialdemocracia y del socialcristianismo, permitieron que el neoliberalismo económico marcara la segunda mitad del siglo XX y la primera década del siglo XXI.
La globalización, tal como la conocemos hoy, es la hija biológica de los liberales y adoptiva de los socialcristianos y los socialdemócratas.
Efectos de la globalización. Hoy, sin embargo, la globalización está dejando atrás a socialcristianos, socialdemócratas y a los propios liberales. Junto con una portentosa activación de la producción y el intercambio comercial, los desajustes entre generación de riqueza y equidad distributiva han dejado a la vera del camino a millones de seres humanos.
Los llamados a corregir esos desajustes son los socialcristianos y los socialdemócratas –los neoliberales creen que todo está bien– en la medida en que en la raíz de sus ideologías fundacionales ambas corrientes tienen una simiente social y humanista, que las obliga a repensar la globalización.
Sin embargo, no han sido capaces de hacerlo y el populismo de izquierda o derecha ha ocupado su lugar.
El populismo alega no ser ni tener una ideología, se presenta como un movimiento de la gente, con la gente y para la gente. Es nacionalista por definición y, en consecuencia, cada líder u organización populista propone, como remedio para los desajustes de la globalización, acabar con ella.
Así de simple: la “albanización” de cada país. Cerrar las fronteras, volver a las economías nacionales, levantar muros, acabar con los flujos migratorios y un largo etcétera de aislacionismo.
Relectura. Mientras tanto, socialdemócratas y socialcristianos no acaban de entender lo que les sucede y no atinan, ni en el plano local y, mucho menos en el plano internacional, a formular una respuesta que vuelva a decirles algo importante a los electores.
Y, sin embargo, la respuesta que parece compleja es sencilla: junto a los flujos globales de bienes, servicios, telecomunicaciones y capitales hay que globalizar la equidad, la justicia social, el humanismo, el respeto a las culturas nacionales y el reconocimiento de que somos, cada vez más, una sola especie en un pequeño planeta.
Para que los socialcristianos y los socialdemócratas del mundo puedan enfrentar con éxito el reto de la internacional populista que recorre el mundo, sus líderes actuales deben volver a leer –o leer por primera vez– los documentos fundacionales de sus partidos y organizaciones internacionales y llenar de nuevos contenidos aquellos postulados para adecuarlos a las realidades del presente siglo XXI.
Pero mientras sigan creyendo que los documentos del Consenso de Washington son suficientes para entender la realidad del presente, los populismos les seguirán ganando espacio y, finalmente, podrían ganarles la partida.
El autor es abogado.