Los exabruptos del bravucón de Daniel Ortega tienen el negativo efecto de avivar las pasiones entre nuestro pueblo y los hermanos nicaragüenses, multiplicando peligrosamente las manifestaciones xenófobas y belicosas en ambos países.
Aunque se conoce que la estrategia del presidente nicaragüense es exacerbar el patriotismo de sus coterráneos para distraer la atención de los problemas reales de su país, la reacción de los costarricenses –que de acuerdo con nuestra idiosincrasia debiera ser prudente y ecuánime– es en muchos casos de ofuscamiento e intolerancia.
De un momento a otro, nuestra tradicional hospitalidad se transmuta en hostilidad y nuestro apego al pacifismo se convierte en nostalgia por la milicia. Las expresiones xenófobas son comunes y no pocos ciudadanos claman por el regreso a los tiempos de los cañones y los cuarteles.
Cada vez que surge un conflicto con las autoridades del país vecino, aumenta la convicción de que los nicaragüenses son culpables de algunos de nuestros problemas, como la inseguridad ciudadana o el deterioro de los servicios de la seguridad social, aunque las estadísticas no confirmen esa percepción.
Igualmente, cuando el comandante sandinista lastima nuestros sentimientos de patriotas, surgen voces que critican la sabia decisión de abolir el ejército e invocan la necesidad de crear uno y de ejecutar acciones armadas para defender nuestro territorio, sin considerar la muerte y el dolor que eso causaría.
La xenofobia y el militarismo no deben estimularse con comentarios insensatos e irresponsables como los que, con el ánimo de responder a las pretensiones que Ortega expresara recientemente sobre la provincia de Guanacaste, llenan en estos días las redes sociales y algunos medios de comunicación.
Esa actitud, de por sí desproporcionada e irracional, solo logra atizar la hoguera e incitar a una innecesaria e inconveniente confrontación. No es justo fomentar el odio contra seres humanos que, debido a los graves problemas económicos y sociales de Nicaragua, se han visto obligados a emigrar de su tierra natal y han encontrado en nuestro país el alivio a las penurias de sus familias, aportando a la vez un importante esfuerzo laboral, indispensable para la creación de la riqueza nacional.
No debemos cometer el desatino de alentar a quienes piensan que son los militares y sus armas la solución a los conflictos con nuestro vecino del norte. Las desavenencias con el gobierno nicaragüense deben solucionarse por la vía diplomática y con los instrumentos del derecho internacional y nunca deben ser motivo de discordia ni rencores entre pueblos hermanos.
Los costarricenses no debemos renunciar a los valores fundamentales de nuestra nacionalidad, como son la solidaridad y el pacifismo, y nunca debemos permitir que nuestros actos estén determinados por el odio y la violencia.