Hago una aclaración antes de que se me “tiren” encima. Nadie, que yo sepa, se llama Mario Farabundo Cabral. Bueno, al menos eso debo suponer en un sentido lógico, pues en las redes sociales sí, y solo ahí, pueden ocurrir tales transmutaciones.
En efecto, tras el asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral, ocurrido el sábado 9 de este mes en Guatemala, en las redes sociales, léase telefonía celular de punta y “sin punta”, Twitter, Facebook, etc., se dieron toda suerte –y bastante mala, por cierto– de rumores, errores, horrores y todo aquello que está reñido con el buen hacer de la comunicación.
A media mañana de ese fatal día, la gente empezó a llenar sus adminículos de hechos noticiosos en torno al vil asesinato de Cabral, en un país –y esto va para algunos cabezas calientes costarricenses que pugnan por el restablecimiento de la pena capital– que tiene establecida la pena de muerte, que, además, tiene a su Ejército en la calle, a causa de la criminalidad que azota a esa nación, para dar cuenta de la noticia.
Hasta ahí todo está bien, sin embargo, cuando empecé a recibir llamadas a mi celular y al teléfono de mi casa de que si era cierto que habían asesinado a Mario Vargas Llosa, y que a qué hora y qué estaba haciendo Farabundo Cabral cuando lo mataron, le pregunté a la parte mala de mi ser, pues todos tenemos una parte mala y otra peor, qué diantres pasa con la gente.
Avalancha de imprecisiones. ¿Qué es lo que ocurre cuando no se pone atención a los hechos? Bueno, ocurre precisamente eso, se viene una avalancha de imprecisiones y que me perdonen, estupideces, porque lo primero es “impresionar” y presumir de que somos unos artistas en estos asuntos noticiosos ante el amigo o la amiga, o a la amiga y al amigo, por aquello del género, antes de tener claro qué fue realmente lo que ocurrió.
Con la paciencia que no tengo, pues si el Todopoderoso me dotó de alguna virtud, evidentemente no es esa, empecé a aclararles a mis amigos y amigas las cosas y creo que hice lo mejor que pude.
Primero, y al menos no estaba claro hasta el domingo 10 de este mes, cuando traté de escribir este gazapito, a Facundo lo acribillaron a balazos por razones que aún desconozco, pero que no me llevan a pensar en qué pasos andaba.
O sea, no cabe en mi cráneo que el artista –para nada de mis favoritos, pues me anclé hace muchísimos años en los boleros– estuviese mezclado en asuntos turbios.
No faltó, por supuesto, quién no hiciera algún chiste de que el cantante ya estaba haciendo tan mal su trabajo que, a punta de balazos, se lo haya querido quitar de encima. En fin... para todo hay gente.
Lo cierto del caso es que el mal uso de las comunicaciones, ya sea por parte de los facebookero s, o twitteros y no sé que otras cosas, está conspirando contra el buen hacer del periodismo.Y no solo en el manejo noticioso.
Basta con leer los mensajes de algunas personas –muy artistas en esto de manejar aparatitos– para darnos cuenta de cómo anda la procesión:
“Sí, llegás a la igle'de Guadalupe y de aí troliás 100 metros al norte y después otros 100 metros al sur”.
“No, tenés que tener cuidado, porque el ese puente es pelis... no tiene bayas'”. “Ay, pero no... si solo diez personas fueron escogidas en la terna para el puesto”.
En fin. Don Mario Vargas Llosa, dichosamente, aún está entre los vivos, a Valentín Farabundo Martí, fundador del Partido Comunista de El Salvador, lo mataron en 1932, y a Facundo Cabral, al parecer, o lo confundieron, o estaba en el lugar y momento equivocados cuando las balas asesinas lo alcanzaron.
Ah... se me olvidaba. También alguien me llamó, en la noche del sábado 9 de este mes, para consultarme que en cuál lugar de Guanacaste habían matado a Facundo Cabral.