Quienes nos dedicamos a la educación a veces tenemos la ilusión de que nuestros estudiantes aprenden los contenidos prescritos en los planes de estudio si los docentes se los enseñamos. Pero en esta ilusión se esconden (al menos) tres falacias.
La primera es que si los estudiantes no aprenden los contenidos de los planes de estudio, y sacan mala nota, no aprendieron nada. La segunda es que si aprenden los contenidos, aprendieron solamente eso. Y la tercera, que solamente si alguien lo enseña, otras personas lo aprenden.
Si despejamos estas tres falacias, lo cierto es que lo que un docente enseña unos lo aprenderán y otros no. Puede ser que, a pesar de que se enseñe, nadie aprenda.
También resulta que, aunque los estudiantes no aprendan lo que se les enseña, siempre hay aprendizaje, que queda invisible por la (impuesta) necesidad de los docentes de enseñar y evaluar lo que se prescribe en los planes de estudios. O sea que, a pesar de los planeamientos, los objetivos y la didáctica, no es posible anticipar con certeza lo que cada persona aprenderá.
Aprendizaje. A partir de la propuesta del pensamiento complejo de Edgar Morin, lo emergente ha cobrado relevancia para diversos autores y en distintas áreas. Lo emergente es una respuesta o reacción inesperada, no anticipada, que se da como resultado de la interacción de las partes de un todo.
El aprendizaje es un fenómeno emergente que surge de la interacción entre diversos procesos neuronales, corporales, afectivos y del entorno, y no puede reducirse a ninguno de los componentes que participan en los procesos.
En ese contexto, debemos entender y aceptar que la mayoría de los aprendizajes son inesperados, muchos de ellos imposibles de predecir.
Pareciera que la aspiración de los docentes, más que enseñar y evaluar los contenidos prescritos en los planes de estudio, debería ser identificar y valorar los aprendizajes inesperados e impredecibles que surgen de la interacción de las mentes, las personas, los medios y el entorno.
Ejercicio. Entre los años 2005 y 2008, llevé a cabo con mis estudiantes de Educación de la Universidad de Costa Rica un ejercicio con niños preescolares, quienes diseñaron una criatura que podía ser programada con un comportamiento particular (una especie de robot).
Mis estudiantes universitarias, muy pendientes del plan de estudios oficial para el nivel de preescolar, constataron que las actividades que propusieron a los niños les permitieron manifestar conocimiento sobre los contenidos previstos en dicho plan: posición, relaciones espaciales, colores, formas geométricas, etc.
Entretanto, yo me asombraba con el aprendizaje emergente que dejaban asomar aquellos pequeños y que, por inesperado e impredecible, pasaba inadvertido para las docentes investigadoras.
Al llamar la atención de las investigadoras y solicitar ayuda de otras personas observadoras, constatamos que, además de los contenidos prescritos en el plan de estudios de preescolar, los niños estaban estableciendo el conocimiento básico que les permitiría construir conocimiento sobre fuerza y movimiento, desplazamiento, potencia, fricción, diferencia entre fuerza y velocidad y energía potencial y energía cinética, ¡antes de los seis años!
Ciertamente, un aprendizaje inesperado e impredecible. Sin que nadie lo “enseñara”.
La labor docente cada vez se vuelve más interesante y desafiante.
La autora es catedrática de la UCR.