Por tradición, las personas que defienden causas o procesos a fin de asegurar la protección de los ecosistemas terrestres y marinos, así como la conservación de los recursos naturales que se extraen de estos, son consideradas ambientalistas. Incluso, el término es utilizado muchas veces de manera despectiva o como una etiqueta o estigma que asume, de manera implícita, que considerar importante a la naturaleza es una postura romántica, secundaria, ridícula y obstaculizadora, frente al desarrollo y la satisfacción de los intereses y necesidades humanas.
Costa Rica, el país que alardea ante el mundo haber declarado bajo categorías de protección nada menos que el 25% de su área terrestre, se proyecta internacionalmente como un país “sin ingredientes artificiales”, con base en su belleza natural, no escapa de esos prejuicios.
En este país no existen planes ni políticas a gran escala o largo plazo que aseguren que el desarrollo humano implique el menor daño posible hacia el medio natural. Tanto en tierra como en mar, se asignan usos, extraen productos y se depositan desechos, sin considerar el impacto que esas acciones pueden generar, no solo en el sitio exacto del uso, sino a nivel nacional.
Actos y consecuencias. Esa falta de planificación es la base que hoy convierte el modelo de desarrollo bajo el cual vivimos (a nivel nacional y mundial) en un grave problema de dos vías. En el momento en que aislamos nuestro desarrollo de la capacidad de los ecosistemas para tolerarlo sin perder su balance, no solo nos convertimos en destructores sino que volvemos la naturaleza en contra de nosotros.
En otras palabras, en el momento en que cualquier recurso natural es extraído más allá de su capacidad de recuperación, el balance del ecosistema del cual es parte se altera. Cuantos más recursos sean extraídos de un ecosistema, mayor es la pérdida del equilibrio y menor la capacidad de este para funcionar adecuadamente, hasta un punto en el que llega a colapsar o a ser destruido por completo.
¿Qué le sucede a un sector pesquero cuando extrae tantos peces que aquellos que permanecen no logran reproducir suficientes descendientes para sustituir los que fueron extraídos? Y con respecto al sector turístico, ¿qué pasa cuando son talados tantos árboles en una zona que el bosque se fragmenta?; y, ¿qué les sucede a los habitantes costeros cuando se construyen tantos hoteles, muelles, marinas o viviendas en la costa que este sector se erosiona, cambian los patrones de las corrientes, y disminuye la capacidad de la línea costera para amortiguar las olas? Y no menos importante, ¿qué consecuencias genera la contaminación de ríos en las ciudades o de las zonas costeras por la descarga de esos ríos?
Ocuparse de considerar la naturaleza dentro de todo plan de desarrollo y uso de recursos, ya sean terrestres o marinos, en lugar de ser romántico, secundario o “ambientalista” es una prioridad. El desarrollo humano ocurre dentro de la naturaleza y, por este motivo, no puede ser tratado como un asunto independiente.
Cualquiera que en este planeta califique de ambientalista el interés y los esfuerzos porque nuestras actividades se enmarquen en planes de larga visión integrados con la naturaleza, debe analizarse a sí mismo y aceptar que es tiempo de dejar de lado la ignorancia que nos está conduciendo hacia un futuro ecológico preocupante y sombrío.