El propósito de mi artículo publicado en La Nación el lunes 11 de enero del 2016, era generar una discusión sobre la situación económica del país durante el año 2016. Muy poco se ha comentado y analizado sobre lo que podemos esperar en el campo económico en el año presente. No era mi intención irritar al editorialista de La Nación.
Reitero que, para mí, el problema más serio que enfrenta nuestro país es una tasa de crecimiento de la producción interna por debajo de la tendencia histórica, lo cual conduce a una alta tasa de desempleo de la fuerza laboral y que no se generan suficientes fuentes de trabajo.
Si aceptamos la tasa de crecimiento que el Banco Central calcula para el año presente (un 4,2%) y que muchas personas han comentado es sumamente optimista, vamos a tener un crecimiento de la economía nacional por cuarto año consecutivo por debajo de la tendencia histórica. Esa es una gran pérdida económica para el país.
Es importante analizar a qué se debe que la economía nacional perdiera el dinamismo del pasado. En buena medida, obedece a la apreciación real de nuestra moneda, consecuencia del endeudamiento externo en que han incurrido el Gobierno Central, las instituciones públicas y las empresas privadas.
Se calcula que el endeudamiento neto de las instituciones públicas durante el 2015 superó los $1.500 millones, y ese es el principal factor que explica la apreciación real de nuestra moneda.
Si el gobierno no se hubiera endeudado en el exterior posiblemente tendríamos un tipo de cambio más realista y más alineado con el verdadero precio que debería tener nuestra moneda. La apreciación del colón, que tiene efectos muy dañinos para la producción, no ha sido por condiciones de mercado.
Si en lugar de financiar el déficit público con más impuestos, como es lo correcto, y no mediante emisiones de títulos que se colocan en el exterior, posiblemente no se habría dado el debilitamiento tan notorio en la producción nacional.
En distintos foros, varias personas hemos planteado que el mercado cambiario formal en Costa Rica es muy pequeño. Se calcula que del total de las transacciones externas de nuestro país, menos del 20% se llevan a cabo a través de dicho mercado, y lo grave es que los recursos que el Gobierno capta en el exterior sí entran directamente en dicho mercado al colonizar esa deuda presionando, lógicamente a la baja, la tasa cambiaria.
No solo tenemos un debilitamiento de la producción nacional, experimentamos ya varios años de caída en el ritmo de crecimiento de las exportaciones nacionales, excluidas las exportaciones de componentes electrónicos (Intel, especialmente) para no distorsionar las cifras.
Las exportaciones de bienes y servicios llegaron hace unos pocos años a ser equivalentes a más del 40% del producto interno bruto. El año pasado, apenas llegaron al 32,1%. Lo delicado de ese debilitamiento es que el crecimiento económico de Costa Rica en los últimos 30 años se fundamentó en la apertura de la economía. Ese modelo implicó aprovechar, mediante las ventas de nuestros productos, un mercado mucho más amplio para sustentar y consolidar el desarrollo económico interno y mejorar el nivel de vida de la mayoría de la población.
Como lo comenté en el artículo del 11 de enero, mientras en Costa Rica se aprecia nuestra moneda, a través de endeudamiento público externo, las naciones con las cuales nuestro país tiene que competir, entre otras Brasil, Colombia, México, Perú, Chile y Nicaragua, han devaluado sus monedas. Eso implica poner a nuestros productores nacionales en una desventaja comercial.
El editorialista de La Nación tiene una evidente confusión en su último comentario. Reconoce que el Banco Central ha intervenido en la fijación de la tasa cambiaria, lo cual implica, lógicamente, que no es una tasa de mercado. O sea, que el país está teniendo una estabilidad cambiaria “ficticia”, en buena medida por el endeudamiento externo y por reglas que hoy en día no son claras por parte del instituto emisor.
Tenemos un tipo de cambio, en mi opinión, desalineado del resto de los precios de la economía nacional. Y pareciera que para el editorialista la estabilidad cambiaria que tenemos hoy es un gran logro, cuando para mí es una de las causas más importes del problema más delicado que enfrenta el país. La estabilidad económica es buena, pero el exceso puede ser dañino, y eso es lo que estamos viviendo hoy.
Hace 40 o 50 años, muchos países tenían sistemas cambiarios rígidos, con estabilidad en la tasa de cambio. Hoy, prácticamente ningún país tiene un sistema de esta naturaleza y la gran mayoría de las naciones en el mundo tienen sistemas, en mayor o menor grado, flexibles para fijar el tipo de cambio dependiendo de las condiciones internas y externas de sus respectivas economías.
Siento que después de anunciar que íbamos a un sistema de “flotación administrada”, hoy no existe claridad en el sistema cambiario que tenemos. Reiteradamente, el presidente del Banco Central ha expresado que en el 2016 tendremos estabilidad en la tasa de cambio, lo cual parece indicar es un objetivo de la política económica de la institución y, desde luego, eso no es una “flotación administrada”.
También es importante destacar que en los últimos años se observa un debilitamiento en la inversión extrajera directa, que llegó a representar un 7 % del PIB en el 2008. El año pasado apenas representó un 4,2% con una clara tendencia descendente para el 2016.
Esa inversión extranjera, en buena medida, se canalizaba a proyectos dirigidos a la exportación de bienes y servicios. Ya se ha comentado que el país ha perdido por la apreciación de nuestra moneda competitividad comercial, y ese es un riesgo muy fuerte que tiene la economía nacional para los próximos años. Esa inversión ha sido fuente importante de generación de empleo durante las dos últimas décadas. Ahora son otras naciones las que nos ganan la carrera por atraer inversiones extranjeras.
Interesante es que en el programa monetario y crediticio, anunciado hace pocas semanas, se establece un límite para compra de divisas hasta por $1.000 millones. Sin embargo, no se menciona, y pienso que esto es falta de transparencia, cuál es el límite que la Junta Directiva debió haberle establecido al Banco para una eventual pérdida de reservas monetarias internacionales en el 2016.
Esto nos daría por lo menos algo de luz para conocer los márgenes dentro de los cuales el Banco buscaría esa anunciada estabilidad cambiaria. En mi opinión, el régimen de flotación fue sustituido hace muchos meses por un objetivo de estabilidad en el tipo de cambio, y no siento al editorialista preocupado por ese cambio.
Me complace leer que el editorialista menciona que el alto déficit fiscal y su financiamiento, que aún no está definido para el 2016, así como el alto nivel de la deuda pública son problemas “insoslayables que se deben resolver” y la solución, como muchas personas y políticos lo han planeado, radica en una reforma hacendaria comprensiva. Pero también debemos ser muy firmes en que, durante el año presente, no cabe endeudar más al país externamente, ni directa ni indirectamente, para financiar el déficit y de esta manera mantener estable el tipo de cambio.
Si no resolvemos el problema del financiamiento del déficit correctamente, el ajuste que tendremos en los próximos años va a ser mucho más severo. De la misma manera, si no enfrentamos hoy con realismo y objetividad el tema de la apreciación real de la moneda, el impacto que esto tiene en el debilitamiento del proceso exportador y en el bajo crecimiento de la producción nacional tendremos que hacer ajustes mucho más fuertes y dolorosos en el futuro. Imagino que el editorialista recordará las tremendas secuelas de la crisis de finales de los setenta del siglo pasado.
Estos problemas, a mi manera de ver, son consecuencia, en alguna medida, de un tipo de cambio que no obedece a la realidad económica del país y a un precio (la tasa cambiaria) que está desalineado de los otros precios de la economía nacional, como por ejemplo tasas de interés, salarios, costos de los servicios públicos, entre otros.
Me sorprendió que el editorialista comentara que yo no leo los editoriales de La Nación. Debo confesar que, especialmente los editoriales económicos, los leo con cuidado, sin embargo, muchos de ellos, sinceramente, no los entiendo.
Desconozco quién es el editorialista de La Nación. No sé si él ha sido funcionario público alguna vez. Yo me siento muy orgulloso de haber servido a mi país en varios puestos: la Caja Costarricense de Seguro Social, el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Banco Nacional y, durante 35 años, como catedrático de la Universidad de Costa Rica.
El autor es economista.