México. Los hombres vivieron al día (como las aves del campo, que salen a ver qué encuentran para alimentarse) de la recolección de frutos y raíces, de la caza y la pesca, hasta que las mujeres inventaron la agricultura.
Con la agricultura, se inventó el ahorro, antes imposible, y se devaluaron las habilidades guerreras y depredadoras. Como en venganza, nuestra madre Eva y nuestra madre Pandora fueron acusadas de lo peor: de inventar el trabajo y abrir la caja de Pandora del progreso. Como en venganza, los guerreros rebeldes al trabajo se lanzaron a la depredación, de dos maneras: como asaltantes nómadas que se robaban los ahorros (las cosechas guardadas en los graneros) y como asaltantes sedentarios que protegían a los campesinos de los otros asaltantes, a cambio de mandar y retener parte de la cosecha. Con el ahorro, nacieron la inseguridad y el Estado.
Buda y Cristo criticaron la angustia por el día de mañana: no guardes comida, ni bebida, ni ropa, ni te angusties (Buda); las aves del cielo, ni siembran, ni cosechan, ni tienen graneros (Cristo). En una perspectiva religiosa, el ahorro es visto como una falta de confianza en la divina providencia. En una perspectiva machista, como una falta de confianza en la propia capacidad de improvisar, conquistar, salir a la cacería de lo que haga falta; el ahorro es una poquedad de mujeres. En cierta sabiduría de la vida, el ahorro es una seguridad relativa y engañosa. ¿Para qué quieres ahorrar? Para que se lo lleve el viento, la inflación, la devaluación, el fisco, los asaltantes disfrazados de judiciales o los judiciales disfrazados de asaltantes.
Ahorran las familias, las empresas y los gobiernos que gastan menos de lo que ganan. Para ahorrar, es necesario reducir los gastos, sin que bajen demasiado los ingresos; o aumentar los ingresos, sin que aumenten demasiado los gastos; o una combinación de ambas cosas. El ahorro creador, si así se puede llamar, sale de la nada: de un reacomodo inteligente de propósitos y recursos. El ahorro ascético sale de la privación. Pero hay también un ahorro extraído del ahorro de los demás. Como el gasto de uno es el ingreso de otro, y viceversa, se puede extraer ahorro dando menos y recibiendo más.
No es tan fácil como decirlo, pero es más fácil para unos que para otros. Ha sido asombrosamente fácil que el Gobierno mexicano, en un año de crisis para el ahorro de las familias y de las empresas, pudiera extraerles 50 por ciento más de impuesto sobre el valor agregado, hasta lograr un año de grandes ahorros públicos, a costa del consumo y del ahorro privado.
Por supuesto que el ahorro extraído no requiere un reacomodo inteligente de propósitos y recursos del Estado. Tampoco privaciones. Consiste simplemente en pasar el grano de un granero a otro, y registrarlo a nombre del nuevo propietario. Son los despojados los que tienen que pasar privaciones e ingeniarse para reacomodar sus propósitos y recursos. Algunos economistas creen que el despojo es bueno socialmente, porque obliga a ahorrar más. Los despojados, como los borregos, regeneran su lana después de la trasquila, lo cual favorece el aumento del ahorro global. Otros ven las ventajas monetarias: si la gente tiene dinero, se lo gasta, aumentando la demanda agregada y las presiones inflacionarias. Para salvarla de la inflación, hay que despojarla. Algunos van más allá: el ahorro extraído es necesario para financiar la inversión, que requiere un porcentaje cada vez mayor del producto. El ahorro interno es decisivo para volver a crecer, y eso no es posible con el ridículo 16 por ciento del PIB de los años recientes.
Sin embargo, durante medio siglo, de 1932 a 1982, la economía mexicana creció veinte veces: al 6 por ciento anual, con una inversión que en la mayor parte de los años fue inferior al 16 por ciento del PIB. De 1982 a 1995, el crecimiento se desplomó al 1 por ciento anual, con una inversión que en la mayor parte de los años fue superior al 16 por ciento del PIB. ¿No amerita eso alguna explicación?
Poner el ahorro nacional en manos de la burocracia es tirarlo por el caño. Si algo caracteriza la economía mexicana es la concentración y el inmenso despilfarro de capital. Los recursos naturales, las construcciones, las instalaciones, los esfuerzos de todo tipo se han malgastado o robado de manera impresionante.
Hay que poner el ahorro en mejores manos: abrir cuentas de ahorro para todos los ciudadanos empadronados, a las cuales se canalicen las aportaciones al SAR, el Infonavit, las pensiones (del IMSS, del ISSSTE), los ahorros personales con incentivos del fisco y una buena parte de la recaudación del IVA, repartida a partes iguales. El aumento del IVA no debe canalizarse al gasto público, sino al ahorro ciudadano.