La capacidad de memoria humana es infinita. ¿Cuántas cosas aprendemos? Idiomas, tablas de multiplicación, letras de canciones y oraciones, nombres, direcciones, miles de conocimientos durante el proceso educativo y laboral… Unos quedan en el olvido, aunque, como en la historia de Marcel Proust y su magdalena , algunas situaciones desempolvan aquellos recuerdos archivados.
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, el olvido es la “cesación de la memoria que se tenía”, la “cesación del afecto que se tenía”, “el descuido de algo que se debía tener presente ”.
Desde un punto de vista psicológico, se dice que el sistema de la memoria está subordinado al de las intenciones o decisiones. Salvo que tengamos una enfermedad, como el Alzheimer o la amnesia, las personas olvidamos aquello que no nos es importante ni relevante, y tiene relación directa con lo que nos interesa hacer en el ahora, en el presente.
De acuerdo con la teoría psicoanalítica, el inconsciente se manifiesta en el olvido: hago lo que realmente quiero hacer y olvido lo que considero inaceptable, desagradable, disgustante, causante de problema o sufrimiento. Se me olvidó ir a una fiesta, ¡porque no quería ir a esa fiesta! El olvido es un bloqueo: olvidé porque no quería recordar. El olvido es, entonces, motivado: es un mecanismo de defensa contra aquello que nos asfixia, que nos lesiona, que nos duele, que no queremos…
Alivio al dolor. Se ha llegado a decir, incluso, que el olvido es protector: yo olvido las situaciones traumáticas. Me duele; por tanto, olvido. Pero, a veces, no es fácil olvidar. Bien lo dice Neruda: “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. Benedetti apunta que: “en el fondo el olvido es un gran simulacro / nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar / un gran simulacro repleto de fantasmas”.
En la mitología griega, las aguas del río Lete son capaces de hacer olvidar a quien las beba; las del río Mnemósine, tienen las propiedades contrarias: hacer recordar. ¿Para qué recordar? En el plano de los derechos humanos, se procura que no haya olvido para que las atrocidades no se repitan ¡nunca más! “Deber de memoria, delito de silencio”, escribió Federico Mayor Zaragoza a propósito del Holocausto. Por cierto, solo en una ocasión utiliza la palabra olvido el psiquiatra Victor Frankl, en su libro El hombre en busca del sentido: “El suenÞo veniìa y traiìa olvido y alivio al dolor durante unas pocas horas”.
Martín Luther King sentenció: “Nuestras vidas empiezan a acabarse el día que guardamos silencio sobre las cosas que realmente importan”. Naufragamos en las aguas del olvido: nuestra vida, con su sentido pleno de humanidad, se acaba cuando olvidamos las cosas que realmente importan.