En interacción complementaria con lo escrito por el ministro de Cultura, don Manuel Obregón (Véase “A veces miro para atrás para saber de donde vengo'”, La Nación, 10/08/2010) comparto la siguiente reflexión en torno a la pregunta: ¿qué decisiones tomar para que en el ámbito cultural se concrete el ideal del desarrollo? La respuesta debe construirse en el horizonte del año 2021, cuando los costarricenses celebraremos el bicentenario de la independencia.
Apenas once años – nada– nos separan de ese acontecimiento, y las orientaciones que desde ahora se diseñen y ejecuten en el “sector cultura”, van a determinar el tipo de país que tendremos en ese campo. De ahí que deba verse con optimismo el acertado diagnóstico del ministro Obregón cuando subraya la importancia central de la revolución científica y tecnológica, de la sociedad del conocimiento y de la infancia y la juventud, como ámbitos privilegiados del quehacer cultural costarricense, el cual “'debe formar parte de las prioridades nacionales'”.
La evolución económica y social comprende tanto el crecimiento de la producción y la inserción en la economía planetaria, como el cultivo de altos niveles de calidad y cobertura en cultura. Si la cultura es un eje transversal del andamiaje del Estado y la sociedad, esto debe traducirse en la relevancia institucional de este sector, en el volumen y racionalidad de los recursos económicos de que dispone, y en la calidad y pertinencia de la gestión cultural.
No hay desarrollo sin cultura –el desarrollo es, en el fondo, una circunstancia cultural– y no hay evolución económica y social exitosa sin políticas culturales envolventes y eficaces. Por esto el ‘sector cultura’ es uno de los núcleos cardinales de la sociedad costarricense, como lo son los sistemas empresariales, la globalización, la educación, la salud, el medio ambiente, la ciencia y la tecnología.
Calidad cultural de la vida. Central en los esfuerzos por reivindicar a la cultura como uno de los pilares del desarrollo es el concepto de “calidad cultural de la vida”, al que se llegó luego de comprender que los indicadores económicos y culturales están correlacionados. Este es el descubrimiento principal, en el ámbito de las políticas culturales, desde los tiempos de Adam Smith y su “Riqueza de las naciones”.
Los clásicos de la economía no incorporaron tal correlación, algunos políticos, banqueros, economistas, ministros de Hacienda, tecnócratas y tecno-burócratas aún no lo hacen en sus decisiones, y a los creadores y artistas les ha tenido sin cuidado durante demasiado tiempo.
A propósito de lo dicho es sabido que la gestión cultural no debe ejecutarse con independencia del crecimiento productivo y la responsabilidad en la gestión de los recursos públicos. A la luz de este principio conviene analizar con cuidado la propuesta de “Crear centros de artes, deportes y de ciencias en todo el país paralelos a la enseñanza formal'” (Obregón, Manuel. Artículo citado; el subrayado es mío). Me pregunto: ¿Por qué ‘paralelos’? ¿No deben ser centros correlacionados con la enseñanza formal? ¿No son las escuelas, colegios, universidades, institutos parauniversitarios, organizaciones comunales y otras instancias sociales provinciales, regionales y locales, ‘centros de artes, deportes y de ciencias'”? ¿De qué modo, entonces, se relacionan estos con los proyectados?
Aparte de lo anterior, que puede ser un simple y secundario asunto de expresión linguística, es obligatorio preguntar: ¿Cómo financiar tal proyecto? ¿A qué indicadores y diagnósticos obedece? ¿Qué participación han tenido las organizaciones culturales en su definición y contenidos? ¿Qué impactos cuantificables tiene respecto a las finanzas públicas? ¿Se prevé la participación del sector privado?
Sería lamentable que, debido al olvido de las relaciones entre los indicadores socioeconómicos y culturales, el ‘sector cultura’ continúe siendo el extraño que se acerca a mirar, adorno y distracción en un terreno donde otros gozan y reinan.
En este sentido, me pregunto si las políticas culturales actuales establecen vínculos interinstitucionales permanentes con los sistemas industriales, agrícolas, comerciales, de ciencia, tecnología y educación, o si se fundamentan en un sistema confiable de datos y estadísticas socialmente articuladas y disponibles. ¿No es conveniente, acaso, que así como el país cuenta con informes periódicos sobre el estado de la nación y el estado de la educación, llegue a disponer de un informe periódico sobre el estado del desarrollo cultural?
Si a lo anterior se agrega, por ejemplo, una acción cultural global y globalizada, entendida como instrumento permanente de la política exterior del estado, y la introducción de orden y concierto en el abigarrado y fragmentado mosaico institucional de la cultura, se estaría muy cerca de dar un salto cualitativo en la evolución de Costa Rica.
Privatización política de la cultura. Lo anterior, sin embargo, no es posible sobre la base de las iluminadas intenciones de pequeños grupos partidarios, que privatizan la cultura al imaginar las políticas culturales como su feudo burocrático particular, desconociendo lo elemental: la cultura, en sentido restringido, no se origina en la acción del estado, sino en las prácticas que ejecutan personas y movimientos creativos.
Por otra parte, en un sentido general, la cultura es el modo de ser de un pueblo, con Estado o sin él. Lo anterior conduce a una conclusión básica: las orientaciones públicas en cultura han de diseñarse y ejecutarse a través de un proceso coordinado y descentralizado de toma de decisiones, que incluya a los actores públicos y privados, y a la cooperación internacional. Sin esto la legitimidad social de las políticas culturales desaparece en el frondoso océano de las ocurrencias subjetivas y los fosilizados maquiavelismos burocráticos.
Interiorizar los estrechos vínculos de la cultura con el desarrollo económico, y su influencia decisiva en la estabilidad democrática y liberal de la nación, es fundamental. Esto debe explicarse, no con enunciados generales y románticos, sino con razones técnicas. Así ocurrió en los años previos a la creación del Ministerio de Cultura y en los períodos iniciales de su funcionamiento; así ha sido señalado, desde los años noventa, por los actores culturales, públicos y privados.
Dejar de ser el extraño que se acerca a mirar en el escaparate de las grandes decisiones, para convertirse en uno de los pilares del desarrollo, es señal inequívoca de un ‘sector cultura’ en pleno dominio de sus posibilidades. Este es el sueño, el ideal, que durante décadas ha inspirado el esfuerzo cultural costarricense.