A propósito de decretos, recursos de amparo y opiniones encontradas, abundan posiciones a favor de la fecundación in vitro (FIV) y se aborda el tema desde una perspectiva limitada a la ciencia, como único recurso disponible, pretendiendo así obtener respuestas absolutas a partir de esta rama del saber.
No es lo mismo hacer un análisis únicamente científico a uno que incluya, además, la índole trascendente.
Cualquier adepto del positivismo o del cientificismo me dirá que el único argumento válido es aquel que es demostrable empíricamente o que es fruto de una rigurosa aplicación del método científico.
Claro está, un método basado en la experiencia aporta a la veracidad de una forma de pensar, pero desde hace ya algunos años estas fundamentaciones únicamente materialistas han sido superadas por la simple aceptación de que no todo es explicable a plenitud por la ciencia. Que lo digan los filósofos, los artistas, los teólogos, los apasionados, los enamorados, los revolucionarios, los turistas, los creyentes, etc.
Algunos argumentos presentados por partidarios de la FIV como técnica que no descarta humanos, parecen científicamente precisos, pero no está de más desarrollar un análisis integral que agregue a lo que se propone.
Concepto de persona. Ante esto, cabe preguntarse qué es lo que define a una persona como tal y qué la diferencia de los otros seres. No podemos reducir al ser humano a una realidad únicamente tangible.
Su valor, más bien, conjuga la corporeidad, la vitalidad y todo un entramado espiritual (no precisamente religioso) que lo define y lo carga de valor.
Sigo creyendo que la FIV descarta humanos porque el cigoto también es persona. Me explico: el ser humano nunca es un ser acabado; es decir, es un ser en constante devenir que nunca llega a cumplir el ideal de “persona”, que implica el concepto que hemos desarrollado en nuestra mente y que lo diferencia de las demás criaturas (ser espiritual, racional y volitivo con la capacidad de ir en contra de sus propios instintos animales).
El cigoto, aunque esté incompleto, es un ser humano con todos sus derechos porque forma parte del desarrollo natural de la misma forma como lo hace un feto, un niño, un adolescente, un adulto y un adulto mayor.
Cualquiera que sea la etapa del desarrollo humano, nunca cumple a cabalidad el concepto esencial de “ser humano”; sin embargo, sí consideramos todas estas etapas como tal.
No podríamos entonces aludir a la “in-humanidad” del cigoto apelando a que no posee las capacidades propias que caracterizan al ser humano. Es humano, sin duda, porque participa del concepto de persona.
Me podrán decir, entonces, que los gametos (espermatozoide y óvulo) también son seres humanos y que a diario matamos personas. Los gametos, siguiendo el sentido que la misma naturaleza ha establecido, no tienen la capacidad potencial de llegar a ser humanos por sí solos.
Todo lo contrario sucede con el cigoto; quien por sí mismo ha sido establecido por el orden natural como el primer paso del desarrollo de una nueva criatura humana. No hay duda de que el cigoto necesita implantarse en un útero para seguir desarrollándose, de la misma forma en que un feto necesita ser dado a luz para continuar su desarrollo como niño.
Estos pasos son naturales en el desarrollo y no suponen la inexistencia de la dignidad del organismo antes de que se lleven a cabo. Apelar a la vialidad resulta carente de sentido porque, a fin de cuentas, la viabilidad de una etapa humana no es quien define si se es un ser humano o no.
El debate sobre la existencia de una persona como tal en un cigoto no es exclusivamente científico. Además de este carácter, deben tomarse en cuenta argumentos que tiendan a una dimensión transcendental que al final es la dimensión que nos diferencia como seres humanos.
Es evidente que no vamos a coincidir si ambas caras de la moneda abarcan la materia desde ámbitos distintos. Aun así, creo que no debemos reducir el análisis de un asunto tan complejo a un solo campo (sea empírico o filosófico).
Debemos buscar que nuestras opiniones estén equilibradas entre la realidad comprobable empíricamente y la realidad que trasciende el ámbito físico (que no por ello deja de ser igual de real).
Arturo José Retana Lobo es estudiante de Filosofía.