El proceso de paz palestino-israelí está en un impasse, eso es innegable. Pero es muy temprano para firmar su acta de defunción.
Desde la Primavera Árabe, y en especial a partir del surgimiento del Estado Islámico, el Medio Oriente está viviendo una profunda reconfiguración de fuerzas donde el conflicto entre palestinos e israelíes ha pasado a segundo plano.
Es imposible adivinar cómo se verá la región cuando el polvo se asiente, pero la alineación de intereses entre Israel y algunos de sus más enconados enemigos –producto de las nuevas amenazas regionales– da espacio para pensar en un futuro promisorio para las negociaciones de paz.
Dice don Víctor Hurtado Oviedo ( La Nación, 27/3/2016) que “nunca habrá un Estado palestino” y que “la solución es un Israel laico”, con una Constitución Política escrita que otorgue ciudadanía e igualdad de derechos a todos los árabes que habitan en Cisjordania y Gaza (los que residen en Israel propiamente ya son ciudadanos con todos sus derechos). Nobles objetivos, pero el análisis parte de supuestos erróneos que lo llevan a conclusiones equivocadas.
El autor argumenta que el principal obstáculo a su propuesta “es el carácter religioso del Estado de Israel”. Esta afirmación carece de sustento: el Estado de Israel no tiene religión oficial. Se rige por la ley civil, y únicamente en algunas materias restringidas –como el derecho de familia– se delega en tribunales religiosos: cada persona puede acudir al tribunal de su religión y a nadie se le imponen los dictados religiosos de otras confesiones.
Afirma también que al no existir una Constitución que declare el carácter laico del Estado se fortalece “la pretensión confesional de que Israel se rija según la Halajá (ley religiosa)”. Olvida don Víctor que Israel, como muchas excolonias británicas, basó su esquema legal y político en el sistema inglés.
La ausencia de una Constitución Política codificada no es óbice para la existencia de un sistema de derechos fundamentales anclado en la legislación civil. En Israel se les conoce como las Leyes Básicas, que vienen siendo el equivalente a las enmiendas en la Constitución Política de los Estados Unidos.
Un segundo error presente en el artículo del señor Hurtado, quizás derivado del anterior, es la afirmación de que es ciudadano israelí “quien haya nacido de madre de religión judía o quien se haya convertido al judaísmo”.
Mi madre es de religión judía, pero ni ella ni yo somos ciudadanos israelíes: ambos somos judíos y costarricenses por nacimiento, pero ninguno es ciudadano israelí.
Hay cuatro formas de adquirir la ciudadanía en Israel: por residencia (mecanismo por el cual los árabes que vivían en 1948 en lo que hoy es Israel son ciudadanos con plenitud de derechos), por nacimiento, por naturalización y mediante la Ley del Retorno, a la que hace errónea referencia don Víctor. Ella otorga a todo judío el derecho de instalarse en Israel y optar por la ciudadanía. La definición de quién es judío para efectos de dicha ley (quien tenga un abuelo judío) difiere sustancialmente de la definición religiosa (hijo de madre judía), y solo quien desconoce las profundas diferencias entre ley civil y Halajá podría confundirlas.
La Ley del Retorno extiende el derecho de ciudadanía a los cónyuges de un judío, independientemente de su religión, incluidos los de los homosexuales judíos que inmigran a Israel.
La definición de Israel como Estado judío se sustenta en el judaísmo como nacionalidad, no como religión. No en vano se dice que el sionismo es el movimiento nacional judío. A pesar de mi escasa religiosidad, soy judío porque comparto con millones de semejantes alrededor del mundo una lengua, una cultura, unas tradiciones y la añoranza por una franja de tierra que alguna vez habitaron mis ancestros.
Para algunos judíos, el componente religioso es el más importante de su identidad, pero no lo es para todos.
Se equivoca don Víctor al afirmar que en Israel la ciudadanía se transmite por la fe. El concepto de ciudadanía está íntimamente ligado al de nacionalidad: es judío quien puede rastrear sus orígenes hasta el reino de Judea. Un hijo de padres turcos no obtiene la ciudadanía alemana así haya nacido en Berlín; un bisnieto costarricense de un alemán que haya inmigrado a nuestro país en 1914 recibirá la ciudadanía alemana si demuestra descender de ese único alemán.
En Costa Rica, el concepto de ciudadanía está ligado, entre otros, al lugar de nacimiento… de los padres. Un hijo de padre o madre costarricense nacido en el exterior puede ser inscrito como costarricense por nacimiento, otorgándole el derecho a aspirar a la presidencia de la República. Alguien nacido en Australia e inscrito como costarricense por nacimiento podrá a su vez inscribir a sus hijos como costarricenses por nacimiento aunque nunca haya residido en nuestro país ni domine el idioma español. Como se ve, en materia de ciudadanía, Israel no es diferente de muchos otros países alrededor del mundo.
La idea de un Estado binacional es tan poco original como práctica. Es la propuesta de moda en algunos círculos que saben que la dinámica demográfica sumada al carácter expansivo del islam haría que en pocas décadas no quede vestigio alguno de vida judía en Israel.
Argumenta el señor Hurtado que los asentamientos judíos en Cisjordania son un obstáculo a la creación de un Estado palestino viable. Don Víctor, quien frecuentemente se preocupa en sus escritos por el mal uso del lenguaje y la mala costumbre de no llamar las cosas por su nombre, omite mencionar que lo que hoy convenientemente se da por llamar Cisjordania no es otra cosa que la histórica tierra de Judea y Samaria. Que lo que él llama asentamientos judíos ilegales en Cisjordania, son asentamientos judíos en Judea, el lugar de origen del pueblo judío.
En todo caso, es menester recordar que los asentamientos judíos que hoy se ofrecen como obstáculo para la paz no lo fueron cuando Israel entregó la península del Sinaí a Egipto hace casi 35 años a cambio de una paz duradera, ni cuando los primeros ministros Barak (2000) y Olmert (2008) ofrecieron retirarse de más del 95% de Cisjordania a cambio de la paz, ofreciendo compensar a los palestinos con territorios equivalentes. Ambas propuestas fueron rechazadas por la dirigencia palestina.
Los asentamientos tampoco fueron obstáculo cuando Israel se retiró unilateralmente de Gaza hace más de 10 años. Los 15.000 misiles lanzados por Gaza hacia Israel desde entonces, sí lo son. Curiosamente, a ellos no se refiere el señor Hurtado.
No debemos perder la esperanza tan fácilmente. La solución de dos Estados, como lo pretendió la ONU desde un inicio, no solamente es deseable, sino que es todavía posible. En estos momentos el mundo musulmán está ocupado con la doble amenaza del expansionismo chiita iraní y el surgimiento de Daesh.
Con el tiempo, aparecerán nuevas ventanas de oportunidad para la paz entre palestinos e israelíes, que no traerán implícita la obliteración de ninguno de los dos pueblos en aras de recuperar una autoridad moral supuestamente perdida.
El autor es economista.