William I. Oliver murió el 17 de marzo de 1995, mientras bajaba los escalones de su casa para dirigirse a la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica, a impartir sus lecciones de actuación. Conocí al doctor Oliver durante una sesión de reflexiones críticas a que me invitaron a la Escuela citada. Me impresionaron muy positivamente su saber, su bondad y su honda percepción de lo que podría favorecer al crecimiento de la Escuela de Artes Dramáticas, todo acuñado por su vasto conocimiento de la historia y los avatares del teatro norteamericano y europeo. En un intercambio fructífero, combinada durante un período sus lecciones en la Universidad de Berkeley con las que ofrecía en nuestro suelo durante otro.
En 1993 presencié su versión de "Orestes", la tragicomedia del gran dramaturgo Eurípides, que me agradó mucho por la virtud magistral con que William I. Oliver supo interpretar el conmovedor mensaje de esta obra. Entre los grandes dramaturgos clásicos, es Eurípides, con la fuerza de su espíritu irónico, retórico y escéptico, quien desacraliza a los seres mitológicos y reduce a sus dimensiones naturales a los héroes y las heroínas de la tradición y la leyenda griegas. Así fortalece el proceso de liberación, individualización y humanización de la Grecia antigua, en las luchas por la democracia. Nosotros tuvimos el privilegio de admirar las novedades dramáticas de Eurípides, puesto que se remarcaron en la versión moderna del Teatro Universitario dirigido por Oliver.
Por esto, encuentro laudable que la Escuela de Artes Dramáticas, en memoria de William I. Oliver, nos ofrezca en estos momentos "La tinaja", del gran dramaturgo contemporáneo Luigi Pirandello. Esta regocijante obra, plena de gracia, nos presenta las fuertes características y la fresca vitalidad de los hombres de su tierra natal -Agrigento, en Sicilia-, envueltos en la atmósfera de sus trabajos, anhelos, tribulaciones y ternura.
La excelente versión del director Luis Fernando Gómez, unida a la dedicación y maestría del elenco tras duras semanas de ensayo -que no se interrumpieron durante las aciagas circunstancias nacionales durante julio y agosto-, y por la respuesta del público, nos muestra la magnífica influencia de William I. Oliver sobre sus compañeros y sus discípulos: disciplina, precisión, inteligencia, imaginación, desplegadas en movimientos que abarcan el escenario y más allá de éste, mientras que cada personaje cobra densamente su personalidad, según sus posiciones humanas relativas, a través del armonioso y cálido desarrollo de la obra.
La tristeza que embargó a la Escuela de Artes Dramáticas, por la fulminante noticia de la muerte repentina del profesor Oliver, se sublimó en una óptima puesta en escena que pueden disfrutar adultos y jóvenes. Todo ese esfuerzo por rendir un homenaje a quien amaba a nuestra nación, implica un valor cultural de importante trascendencia, pues constituye una de las mejores maneras en que se cosechan buenamente los beneficios de las relaciones interculturales.