Son pocos los costarricenses con un grado aceptable de conocimiento de escritores nacionales. Salvo los textos leídos durante el periodo de formación general básica y diversificada, el tico promedio no los incluye en sus lecturas. Al indagar al respecto, las respuestas suelen incluir los libros y autores que forman parte del programa de enseñanza en escuelas y colegios y uno que otro leído durante la estadía universitaria.
Las mismas librerías del país ilustran el asunto: la sección dedicada a la producción nacional suele ser mínima. Las editoriales a cargo de difundir las letras costarricenses, hacen pocas reediciones de sus catálogos pues no existe una demanda significativa dentro de la población. Muchos títulos se pierden en el olvido o en los rincones de viejas casas o tiendas de compra y venta, donde terminan como base para colocar otros libros o vendidos por casi nada.
En los últimos años y como resultado de tanta globalización, varios países parecen cansarse de lo foráneo y buscan consuelo en lo autóctono. Esto lleva al rescate del pasado que formó una identidad nacional, en nuestro caso bastante desconocida y circunscrita a carretas, algunos bailes y canciones.
En el campo de las letras existen pocos aunque valiosos ejemplos de recuperación. Hemos podido constatar cómo un lugar para el tránsito ferroviario se convirtió en un refugio para las letras en la antigua Estación al Atlántico, que cedió parte de sus instalaciones al Espacio Cultural Carmen Naranjo. “Club de Libros”, empresa de fomento a la lectura, realiza actividades y mantiene páginas virtuales en las que promociona el quehacer literario nacional. El sitio web del Sistema Nacional de Bibliotecas (Sinabi) merece mención y un aplauso por todo el material reunido y su funcionalidad amigable con el usuario.
Pero, lamentablemente, los ejemplos no abundan y la realidad indica una amplia indiferencia hacia nuestros autores. En ocasiones en que he leído a compatriotas fragmentos de escritores como Max Jiménez, Yolanda Oreamuno o Virginia Grutter, se maravillan de sus calidades artísticas y confiesan no conocer ni siquiera sus nombres. Tras este primer encuentro o iniciación, buscan textos e información de los autores, pero a menudo el resultado es infructuoso.
Esto evidencia que ciertamente existe esta tradicional indiferencia, pero poco se hace al respecto. Es decir, la situación convive con –y quizás se origina por– un problema de promoción, que algunos han empezado a notar y a hacer algo al respecto. Un ejemplo en positivo es la amplia difusión que ha tenido la novela “Bajo la lluvia Dios no existe”, del galardonado escritor Warren Ulloa.
Las nuevas tecnologías pueden significar un gran aporte en este sentido. Hace un tiempo organicé páginas en la red social Facebook para promocionar la obra de Eunice Odio, Virginia Grutter y Yolanda Oreamuno. Estos espacios virtuales han ido creciendo en audiencia e incluso muchas veces la información se alimenta de la interacción de los miembros: cartas, publicaciones, fotografías, etc.; que son compartidas y que configuran un apreciable sistema de registro.
La Gestión Cultural es imprescindible para la recuperación de la identidad. Los ticos cruzamos un momento particular en que tímidamente volvemos la mirada hacia lo nuestro, como un adulto rebusca entre los rasgos de su infancia para rescatar lo que lo define. Para mi sorpresa, las actividades de promoción cultural en que he participado han gozado siempre de buen público, sediento y admirado de conocer más de lo nuestro. La labor de los cuentacuentos también muestra el interés de los ticos por acercarnos a lo nuestro.
Ojalá y quienes están en el hoy difícil campo de las editoriales tomen un nuevo impulso para dedicar tiempo y esfuerzo a la promoción de sus autores. Ojalá y otras personas que trabajan con literatura formen páginas en redes sociales: Lisímaco Chavarría, Victoria Urbano, Rima de Vallbona, Alfonso Chase, Daniel Gallegos son algunos nombres de sobrada trayectoria y méritos que pueden alimentar en forma vasta espacios dedicados a la producción literaria nacional. ¿Y por qué no también llevar nuestras leyendas, poco publicadas por cierto, a un espacio virtual que las mantenga más allá de la tradición oral?
Un refrán dice: “Somos lo que comemos”. En este Mes del Libro, aprendamos a ser también “lo que leemos” y en la lista de nuestras lecturas incorporemos autores nacionales.
Doy fiel testimonio que así se aprende a hermanarse más con nuestra identidad y a ser mejores embajadores de nuestra maravillosa, única e irrepetible condición de costarricenses.