Como es costumbre en nuestro país, se vuelve a repetir el ciclo de tres años de trabajo y uno de “suspenso laboral”, mientras las fuerzas políticas se reorganizan en el año electoral ante la posibilidad de volverse a colocar en puestos de poder político. No debería sorprendernos, entonces, el bajo rendimiento de nuestros diputados (y diputadas, claro), pues son justamente ellos quienes mejor reflejan el “suspenso laboral”.
A inicios de este Gobierno, los diputados, como nunca antes en la historia política del país, se pusieron de acuerdo y procedieron a hacerse un suculento aumento salarial, sin siquiera demostrar de lo que eran capaces. En aquel momento, doña Laura vetó el proyecto y no pasó a más. Hoy, cuando ya todos sabemos de lo que han sido capaces nuestros diputados (y diputadas, claro), dudo que algún costarricense piense que sí se merecían el aumento.
Lamentable. Es lamentable –no sé si por falta de capacidad o por el alto grado de egoísmo político existente– que no hayamos sacado provecho al esfuerzo que en su momento hicieron los “notables”. Hoy ya se nos hizo tarde para retomar algunos puntos importantes de su trabajo. Recuerdo, sobre todo, tres que, aunque un poco utópicos, había que desgranar hasta dar con su esencia para, luego, ejecutarlos de la mejor forma, a fin de mejorar el desenvolvimiento legislativo del país.
Me refiero al aumento del número de diputados para una mejor representación, al incremento del salario de los legisladores para que personas mejor preparadas consideren ocupar una curul en el Congreso, y la modificación del Reglamento Legislativo, a fin de cerrar, de una vez por todas, los portillos que permiten a un solo diputado dar al traste con la decisión de las mayorías.
Esto último es, sin duda, lo más importante y, lamentablemente, la raíz de cientos de problemas en el engranaje legislativo, que se perpetuarán y nos causarán mucho dolor y sufrimiento mientras sigamos sin la voluntad de actuar.